El cambio se demanda para la institucionalidad en Europa, en España y en la mayoría de sus territorios. Las transformaciones requeridas afectan a los contenidos de la política, pero también a sus estructuras, a su funcionamiento, a sus exigencias morales y a sus protagonistas. Y ya no bastan cambios aparentes, sino que han de ser profundos y creíbles. Y cambios hacia la izquierda de los derechos sociales y la apertura democrática.

El conglomerado tecnocrático-financiero de Bruselas errará gravemente si desoye el aviso de buena parte del electorado europeo, con derivas dramáticas hacia la anti-Europa y el populismo imprevisible en Francia, Gran Bretaña, Dinamarca, Holanda, Italia… La austeridad y la devaluación social deben dar paso a una apuesta por el crecimiento con reglas, con equidad social y con derechos. El cambalache típico bruselense ha de transformarse en transparencia y participación democrática. Y la quiebra vigente entre el norte y el sur debiera corregirse con planificación y solidaridad. O esto o Europa no será peor. Sencillamente Europa no será. A corto plazo.

En España ya, la derecha pagará cara la equivocación de celebrar un resultado cómodo más por demérito ajeno que por mérito propio. 18 puntos de caída en poco más de dos años no pueden saldarse con “una reflexión y una encuesta”. No han entendido nada. Perseverar en las recetas ultraliberales que han fracasado en todo el mundo y seguir castigando a los españoles con recortes de derechos y libertades, les llevará a un desastre aún mayor el año próximo. O escuchan y rectifican, o en el año 2015 no les quedará ni tan siquiera el consuelo de haber ganado a Rubalcaba.

La izquierda socialista ha pagado muy caro el precio de su pertenencia a la institucionalidad para buena parte de su electorado natural. Ha pasado tiempo desde que Zapatero no acertara a resolver aquel dilema entre la coherencia y la eficiencia ante la crisis, y que acabó sin coherencia, sin eficiencia y con un fuerte descalabro electoral en la cabeza de todo el PSOE. Desde entonces, el Partido Socialista ha trabajado duro y bien para recuperar el respeto y la confianza de los ciudadanos, con un proyecto propio de una izquierda consecuente y solvente.

Pero el tiempo transcurrido no ha sido el suficiente. Los ciclos de la desafección y la vuelta a la afección nunca duraron dos años en la política española. Además, ni se dio la fortaleza interna necesaria ni hubo ventanas mediáticas dispuestas para comunicar razonablemente ideas y posiciones. Antes al contrario, cuestionamiento permanente dentro y beligerancia en los medios lejanos y, sobre todo, los pretendidamente cercanos. Quizás hubo titubeos, exceso de prudencia, concesiones a la responsabilidad institucional a veces… Puede. La conclusión es que el PSOE no pudo quitarse a tiempo de encima la culpa por la mala gestión pasada, y no pudo ganarse a tiempo el crédito y el apoyo que merecía su esfuerzo honesto por la regeneración y el cambio.

Esa pulsión por la regeneración y el cambio es imparable en el Partido Socialista. Y habrá de eclosionar con un nuevo proyecto a partir de los procesos democráticos que ahora se abren, con el Congreso extraordinario, con las elecciones primarias y con la configuración de alternativas movilizadoras de cara a las trascendentales citas electorales del año 2015.

El resto de la izquierda española, la tradicional y la emergente, han aprovechado el paso cambiado de los socialistas para ampliar su representación de manera importante. Ojalá sirva para enriquecer el debate pendiente en la izquierda española sobre las respuestas a plantear frente a los nuevos retos de la globalización desregulada, el aumento de las desigualdades y las limitaciones del sistema democrático.

Pero haría mal esta izquierda hoy satisfecha conformándose con el retroceso socialista y el avance electoral sin consecuencias institucionales a favor del cambio. Puede ser flor de un día. La cantinela del “son lo mismo” tiene poco recorrido ya, porque no pueden ser iguales quienes gobiernan que quienes hace mucho que ya no gobiernan. Y porque tarde o temprano los electores acabarán reclamando algo más que eslóganes antisocialistas y formulaciones populistas sin rigor ni viabilidad suficientes.

El exitoso programa de Podemos plantea la jubilación a los 60 años, pensiones no contributivas al nivel del salario mínimo con percepción universal, además de una renta básica para todos. Pero en algún momento tendrán que explicar cómo se financiará todo esto, más allá de esas referencias genéricas a “la fiscalidad progresiva” (¿cuánta? ¿a quién? ¿cómo?) y “la lucha contra el fraude fiscal” (¿con qué armas?). Aquello de “establecer mecanismos para combatir la precarización del empleo” también merece algo más de concreción. Lo del “impago de la deuda”, legalizar la “ocupación de viviendas” o acabar de un día para otro con toda la escuela “concertada”, quizás requiera alguna reflexión para una izquierda que aspire a gobernar algún día…

Eso sí, los cantos de sirena para las grandes coaliciones son presagio seguro de naufragio, como en el viaje de Ulises. Naufragio para la izquierda que se lo planteara, y para el propio sistema democrático, que quedaría huérfano de alternativas.

Los españoles han pedido un paso a la izquierda. A una izquierda valiente, coherente y responsable a la vez. No es fácil, pero es lo que toca. Lo que nos toca.