Un logro político y social de valor incalculable que a lo mejor las jóvenes de hoy no lo valoramos con la misma intensidad. Pero es momento de reflexionar lo que queda por hacer para no dar pasos atrás.

Nuestro país, igual que el conjunto de los países europeos, viven sumergidos en una multiculturalidad apasionante, futurista e imparable: siempre y cuando no suponga dar marcha atrás en los derechos ciudadanos ni del hombre ni de la mujer. Toda cultura es aceptable y respetable siempre y cuando pase previamente el filtro de los Derechos.

La pobreza se feminiza; el trabajo árido de países subdesarrollados cae en su mayoría sobre las espaldas de mujeres o niños/as; se penaliza el derecho a la educación y la sanidad de millones de mujeres por el simple hecho de “ser mujer”; la religión fanática sigue imponiendo reglas de ciudadanía y derechos, como en su tiempo la Inquisición impuso la brujería; el burka es un muro de aislamiento, de sumisión y de terror que se impone frente a la libertad de la mujer; se mutila a niñas recién nacidas para evitar el disfrute de su condición femenina; en las guerras, la mujer se convierte en víctima de violaciones y degradaciones como humillación del más débil; y así un largo etcétera de penalidades y atrocidades que indican que aún estamos lejos de disfrutar, ya no sólo de igualdad de derechos, sino de un mundo de Derechos Humanos.

En nuestro país, los avances han sido incuestionables e imparables: desde la educación al divorcio, desde la autonomía económica a la regulación de la maternidad. Materializándose en leyes importantísimas que, no sólo regulan o legislan, sino que confiere un cambio cultural social imprescindible para que la legislación no sea impuesta sino comprendida.

Pero, de vez en cuando, sopla algún viento desfavorable que nos advierte que no hay que bajar la guardia: se reabre el debate sobre el aborto; se cuestiona la capacidad de decisión de la mujer sobre la maternidad; se pretende educar de forma segregada entre chicos y chicas; se penaliza laboralmente la maternidad; y cuesta romper “el techo de cristal” en los círculos de poder.

Nuestro país consiguió el derecho a voto de los españoles conquistando así la Democracia Política y Social, pero los logros en el avance de los derechos de la mujer son, sin ninguna duda, la mayor revolución del siglo pasado y el mayor cambio del presente.

Nuestra responsabilidad es dar voz a aquellas mujeres que viven en el silencio, en el sufrimiento, en el terror, en la sumisión o en la pobreza, por condiciones económicas, religiosas o políticas. Un burka no es sólo un aislamiento físico, sino también vital.