¿Cuáles eran esos demonios? El nacionalismo exacerbado, la pulsión autoritaria, la xenofobia, el antisemitismo, el atropello de los derechos humanos y las enormes desigualdades sociales, fundamentalmente. La pregunta, un siglo después, es la siguiente: ¿estamos más cerca del sueño de los padres de Europa o de la pesadilla que intentaron superar con el proyecto de la Unión?

Durante los últimos días, un gesto aparentemente inocuo se multiplica a lo largo y ancho de la sociedad francesa, cuna de la Ilustración y de la libertad-igualdad-fraternidad. Se trata de una especie de saludo inverso al estilo nazi y lo promueve un humorista llamado Dieudonné, reiteradamente denunciado por prácticas antisemitas. Puede que los muchos franceses que lo llevan a cabo, referentes sociales y deportivos incluidos, no sean conscientes de su significación histórica, y puede que tan solo pretendan expresar disconformidad con el sistema, pero la desdramatización de una ideología tan terrible como el nacismo entre una de las poblaciones que la sufrió con más dolor, resulta tan significativa como inquietante.

El antisemitismo sigue latente, ahora asociado al rechazo hacia la beligerancia del régimen de Tel-Aviv, pero la xenofobia se encuentra en plena efervescencia. Los partidos populistas del Frente Nacional en Francia, la UKIP en Reino Unido, el Partido de la Libertad en Bélgica y Amanecer Dorado en Grecia, entre otros, agitan sin comedimiento alguno el odio al extranjero y al diferente, como chivo expiatorio para todos los males del mundo. Los gobiernos conservadores de Gran Bretaña y la Baviera alemana promueven abiertamente medidas xenófobas para limitar el acceso de los inmigrantes a sus mercados laborales y sus sistemas de protección social. Hasta los gobiernos progresistas de Francia e Italia, temerosos de una opinión pública que ansía fustigar culpables, se dejan llevar con declaraciones y decisiones contrarias a sus principios.

La Comisión Europea, depositaria de la responsabilidad para hacer valer los valores europeos, retrocede ante el empuje de la ola xenófoba y hurta la defensa precisa para uno de los puntales del proyecto común: la libertad de movimientos para las personas en el seno de la Unión. Se asusta a la población europea con la falacia de una invasión de hordas extranjeras, para justificar recortes de derechos y libertades, y no hay nadie en el timón de la vieja Europa para hacer frente a los demonios de siempre.

Cuando creíamos superada la gripe de las identidades totalitarias y excluyentes, cuando empezábamos a identificarnos antes con el ajeno explotado que con el explotador propio, vuelven los nacionalismos exacerbados y sus banderas narcotizantes. Y la meta no es ya el progreso común o la igualdad de los europeos o la solidaridad allí donde sea precisa. La referencia vuelve a ser primero Gran Bretaña, o primero Francia, o primero Alemania, o primero Escocia, o primero Cataluña…

Y nadie defiende la bandera común europea, como símbolo del fin de las banderías egoístas y beligerantes. ¿Por qué? Porque se ha hecho uso espurio de Europa para recortar Europa: austeridad en lugar de solidaridad, devaluación en lugar de progreso y ajuste en lugar de igualdad. ¿Y quién se atreve ahora a enarbolar la bandera de la troyka que ha empobrecido injustamente a millones de europeos? Desde las instituciones europeas se ha practicado la anti-Europa, y ahora algunos se extrañan del auge de las fuerzas euroescépticas. Merkel ha hecho más contra Europa que el mismísimo Le Pen.

El mundo se acercaba a Europa con admiración y envidia, porque Europa era el epítome de la libertad, de la democracia, de los derechos humanos y del bienestar social. Pero los gobiernos europeos compiten hoy en políticas contra el semejante que nació en otra tierra, los capitales disfrutan de más libertad que las personas, los poderes determinantes no se presentan a las elecciones y los derechos sociales se subordinan a los mandatos de los mercados financieros. Y claro, la democracia representativa está en cuestión, como hace un siglo, y los populismos prenden entre la pobreza y el desafecto, como hace un siglo.

Los alemanes vuelven a preferir una Europa alemana antes que una Alemania Europea. Rusia recupera el régimen y hasta la retórica de los zares. Japón venera de nuevo a los criminales de la guerra imperialista. Y Estados Unidos cede a la tentación de encerrarse en sí mismo, al calor de la autosuficiencia energética.

No. Decididamente no estamos más cerca del sueño europeo. Las pesadillas del pasado amenazan con alcanzarnos, si no despertamos a tiempo. La campaña europea que ahora comienza es una buena oportunidad. O hablamos de los valores de Europa o hablamos de los índices bursátiles. O hablamos de los derechos y libertades de todos los europeos o hablamos de las banderas de unos europeos contra las banderas de otros europeos. O hablamos de un futuro colorido para los hombres y las mujeres de Europa, o hablamos de repetir lo más negro de nuestra historia.