La inicial candidatura de Blair para presidir Europa fue un despropósito desde el comienzo. Por su propios méritos políticos personales y por su procedencia geográfica. Blair representó un factor de división europea durante la crisis diplomática y política que provocó el insensato empeño bélico de Estados Unidos en Irak, poniéndose a lado de la administración Bush y en contra de la mayoría de la opinión pública europea. Pero además, a Blair le faltó voluntad política y decisión para hacer avanzar la causa europea en su propio país, con propuestas contradictorias y repliegues oportunistas. Gran Bretaña no es terreno fácil para el proyecto europeísta, pero Blair desperdició las pocas cartas que obraban en su poder.
Cuando su candidatura parecía embarrancada, los jefes de gobierno europeos y sus diplomacias exhibieron bastante torpeza a la hora de fortalecer alternativas. La candidatura de Felipe González estuvo condenada desde casi el principio para no reforzar el anclaje institucional europeo en la península Ibérica. Las rivalidades nacionales pesaron más, nuevamente, que el interés común. Los candidatos que empezaron a circular despertaron poco entusiasmo. La pareja franco-alemana, artífice de la destrucción de las posibilidades de Blair, promovió a diversos candidatos, todos de segunda fila, quizás con la esperanza de que el público se acostumbrara a ellos.
El primer presidente de Europa es belga, una condición de peso en la historia institucional europea. Los políticos belgas han sido siempre los favoritos del eje franco-alemán, porque parecen mejor preparados que ningún otro para hacer la síntesis del Rhin. El aval más importante de Van Rompuy ha sido no asustarse ante la tarea de formar gobierno en su país hace alrededor de un año, después de meses de crisis institucional en Bélgica. Parecía imposible conformar un ejecutivo estable que fuera aceptable para las comunidades valona y flamenca. Nunca en la historia de Bélgica se ha evocado públicamente con tanta gravedad una posible división política del país. Van Rompuy parece haber detenido esa tendencia pesimista y catastrófica, perteneciendo además él a Flandes, el territorio que menos confía en la continuidad del proyecto unitario belga.
En cuanto a la señora Ashton, da la impresión de que su nombramiento se debe a la necesidad de compensar a Gordon Brown, quien se empeñó inútilmente en resucitar la candidatura de Blair cuando ya estaba muerta y enterrada. Es una salida insignificante. Los conservadores ningunearan la decisión y seguirán disfrutando con la cuenta atrás de un proceso electoral que confían les devuelva a Downing Street la próxima primavera.
El diario THE GUARDIAN, próximo al laborismo, destaca la “oscura” trayectoria política de Ashton. Su elección refuerza el argumento clásico euroescéptico de que los dirigentes europeos pertenecen a una casta burocrática que no sabe lo que es ganar unas elecciones. El periódico atribuye a Sarkozy y Merkel la responsabilidad de la “decepción” y zanja el proceso con una frase lapidaria: “la manera en la que los 27 han tomado su decisión hace transparente al Vaticano”.
El FINANCIAL TIMES, crítico pero leal con Europa, adopta una posición más templada y prefiere destacar las actitudes negociadoras de las dos personas elegidas. Nada de ilusiones y entusiasmos. Como si se tratara de elegir a los ejecutivos de una compañía en momentos de zozobra.
LE MONDE, en un medido intento de atemperar la admitida decepción, hace de la necesidad virtud y trata con cortesía a la “discreta pareja”. De Van Rompuy resalta su “firmeza” y su “carácter”. De Ashton, se limita a confiar en su “capacidad de sorprendernos”.