Pero, por otra parte, las nuevas estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en su informe Medir los progresos en la lucha contra el trabajo infantil, estimaciones y tendencias mundiales entre 2000 y 2012, establecen que 168 millones de niños en el mundo se encuentran en situación de trabajo infantil. Demasiados millones de víctimas inocentes. Demasiada injusticia, demasiado atropello silencioso aunque visible.

En estos días, cuando se está celebrando la Asamblea anual de Naciones Unidas, ¿podemos hablar de un mundo civilizado cuando el 11 por ciento de la población infantil del Planeta trabaja? ¿Podemos hablar de protección de la infancia cuando hay 85 millones de niños que realizan trabajos peligrosos que ponen en peligro su salud, su seguridad y su integridad moral?

Algunos pensarán que sí, porque se están reduciendo los afectados y eso puede ayudar a limpiar conciencias ¿Pensarían lo mismo si fueran sus hijos? Pero para otros, entre los que me encuentro, NO, porque el trabajo infantil no tiene justificación alguna y es inaceptable. Por ese motivo, es decisivo que la meta de eliminar todas las peores formas de trabajo infantil para 2016, planteada por la OIT, se convierta en una prioridad, en un objetivo de los Gobiernos, de los organismos internacionales y por supuesto de las empresas.

Es obligatorio, desde un punto de vista moral, poner en la agenda política ese objetivo. Es cierto que, en el periodo 2000-2012, se produjo un descenso del 40 por ciento en el número de niñas que trabajan y un 25 por ciento en el número de niños. Pero, ¿qué ocurre con los derechos del resto que niñas y niños que se encuentran todavía en esta situación? ¿Por qué no se sanciona a los países que no tengan suscritos los convenios para erradicar el trabajo infantil, y también a aquellos que habiendo firmado no cumplen?

Se sabe que en Asia y el Pacífico están localizados el mayor número de niños en situación de trabajo infantil, aunque la tasa más alta se encuentra en el África Subsahariana, con más de uno de cada cinco niños trabajando.

Se sabe que los países más pobres son en los que se da más este fenómeno.

Se sabe que la agricultura es el sector que tiene más trabajo infantil. Supone el 59 por ciento y más de 98 millones de niños en esta actividad. Pero también se conoce que el sector servicios está aumentado la utilización de los niños: 32 por ciento en 2012 y 54 millones. Y que la industria “emplea” un 7,2 por ciento, lo que significa más de 12 millones de niños.

Se sabe que hay cerca de 5,5 millones de niños de 17 años y menos que sufren trabajos forzados: con fines de explotación sexual, 960.000 niños; con fines de explotación laboral, 3.780.000; y trabajo forzoso impuesto por el Estado,709.000 niños.

Se sabe que la disminución anual de un 6,5 por ciento en el trabajo infantil no es suficiente y se necesitaría llegar a un 24 por ciento anual. De lo contrario, la estimación para el año 2020 de trabajo infantil sería de 107 millones de niños y dentro de ellos 50 millones realizando trabajos peligrosos. Esto significaría el incumplimiento de la erradicación, pero sobre todo un fracaso como especie.

Se conocen todas estas cifran. Pero son algo más, tienen rostro, y sienten sufrimiento, dolor, tortura, abuso, atropello, en definitiva, injusticia. La injusticia de la explotación y la injusticia de no tener derechos, de no ser ciudadanos.

Si creemos, como pienso que toda persona de bien cree, que todo ser humano es digno y posee derechos iguales e inalienables, no se puede mirar hacia otro lado. Es necesario actuar colectivamente como ciudadanos para forzar a los Gobiernos a que tengan compromiso político con esta causa o lo intensifiquen; a que tengan compromiso legal y judicial para perseguir estos abusos; y a que acometan acciones cotidianas y decididas para mejorar las condiciones socioeconómicas y políticas de las personas.

Sin trabajo infantil, habrá más esperanza y bienestar para todo el mundo, pero especialmente, para los millones de niños afectados. Habrá la posibilidad de hacer realidad su derecho a la educación, su derecho a una vida saludable, su derecho a poder conformar un proyecto de vida independiente, digno y seguro.

Hay 168 millones de razones para actuar, para comprometerse con esta causa por la dignidad humana. La humanidad no se puede permitir este fracaso. La humanidad, cada uno de nosotros, puede lograrlo.