Hoy toca celebración y júbilo para la multitud que, literalmente en el mundo entero, celebra el éxito y ha votado virtualmente por el senador por Illinois, que ha ganado en todos los países de la tierra salvo en Israel y, según un chiste que corre por ahí, en Rusia donde ha ganado… Putin. Pero la alegría sincera y la esperanza de cambio pueden compatibilizarse con un comentario más prosaico, el de intuir si Barack Obama será un giro genuino y una visión distinta u otro Kennedy.
Lo poco que sabemos
La comparación con John F. Kennedy que hacíamos la semana pasada se detenía en las similitudes: jóvenes, innovadores, salidos de minorías. Pero podía haber añadido esto tan sencillo: Kennedy autorizó la invasión de Cuba por mercenarios entrenados por los Estados Unidos y es el padre de la guerra de Vietnam, porque siguió a su jefe de Estado Mayor, Maxwell Taylor, cuando éste defendió la opción militar en 1962 y pidió el envío de los primeros ocho mil soldados. Una decisión que dice poco de la perspicacia o la moralidad de un presidente incapaz de ver que se enfrentaba a un combate nacional y anticolonial, aunque su amistoso biógrafo oficial, Arthur Schlesinger, le blanqueara después haciendo decir a Taylor que el presidente, realmente, se oponía pero accedió a la recomendación profesional, militar…
El mito Kennedy ha durado, tal vez por su afrentoso asesinato en 1963 y el sacrificio posterior de su hermano Robert, que había recogido la antorcha, en la campaña electoral de 1968. Pero los testarudos hechos están ahí y ensombrecen el panorama. No todo es ni puede ser una fantástica mezcla de inteligencia e imagen. El candidato Obama ha ganado brillantemente. El presidente Obama va a estar bajo un intenso escrutinio internacional, singularmente desde la izquierda.
La posibilidad de una cierta decepción no es desdeñable. El programa demócrata está, como suele ocurrir, en un segundo plano sumergido bajo el manto del genérico cambio y el slogan coreado por la muchedumbre, el yes, we can. Y han pasado a segundo plano ciertos aspectos de la práctica política del presidente electo como senador que merecen un subrayado. Se adhirió a la política de rescate financiero organizada por el gobierno Bush, es decir al consenso, técnicamente necesario pero también acrítico en exceso, tiene planes idénticos a los de McCain para Afganistán, es decir el envío de más tropas (sin énfasis alguno en las herramientas políticas, ¡ahora que las menciona la administración Bush!), podría encontrarse con el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Irán que Bush sopesa actualmente, dio todas las garantías a Israel sobre la negociación con los palestinos (incluyendo una inquietante mención al Jerusalén unificado más o menos matizada después) y, algo que apenas se recuerda: respaldó la construcción del gran muro de casi dos mil kilómetros entre México y los Estados Unidos para impedir la inmigración ilegal…
Iraq: certificado de buena conducta
Se debe recordar que Barack Obama es hijo, casi literalmente, del desorden moral y del imperio incoherente tan bien descrito por Michael Mann, particularmente cuando estuvo bajo control neocon (además del vicepresidente Cheney, oscurecido hasta ser casi invisible, solo un neocon de carnet, por así decirlo, ocupa aún un alto cargo: el embajador en la ONU, Zalmay Khalilzad).
La desastrosa invasión de Iraq fue su decisión crucial y la oposición a la misma de Obama, entonces solo senador en el legislativo de Illinois, no en el Capitolio, meritoria, esclarecida y perspicaz, la base de su posterior reputación. Con toda razón la utilizó después a menudo como una baza frente a la senadora Clinton, que, como casi todos los demócratas, dieron a Bush luz verde para la invasión.
Sería injusto y reduccionista limitar sus méritos a esta decisión difícil en el tono de patriotismo belicoso inducido por el 11-S y alimentado por los creadores del concepto de guerra contra el terrorismo, ahora, por cierto, a la baja entre los especialistas en comunicación institucional, que prefieren una desdramatización. También ha apoyado la legislación favorable a las capas modestas y ha mantenido un juicioso y prometedor modo de vida sensato, familiar y estable. Es, con todas las reservas, como su vicepresidente, Joe Biden, un senador blanco, convencional, trabajador y sin ínfulas.
El problema de Obama es que, habiendo sido su mayor agente electoral el presidente Bush con su equipo y habiéndose hecho una reputación externa, formal y tentativa, sea, a fin de cuentas, el negro a quien nadie rechazaría, como el de “Adivina quién viene esta noche”, un film bienintencionado, pero insertable en el sistemay su cómplice de hecho: el negro (Sydney Poitier) es un médico joven y guapo y nada menos que director adjunto de la OMS. Así, cualquiera. Obama es un inteligente y atractivo graduado en Leyes por Harvard. Casi nada. Ahora queda por saber qué hará cuando esté sentado en el Despacho Oval…