El cuadro actual, tras el rescate tan aplaudido, viene definido por la continuación de la emergencia legislativa: el Parlamento está desaparecido y los Decretos-Leyes se suceden, sembrando la inseguridad jurídica y distrayendo a los administradores y gestores de las entidades financieras de su objeto principal, que es el funcionamiento del negocio. Por su parte, el Estado, que es dueño de una porción muy significativa del sistema, hace una utilización vergonzante de su propiedad sin decir nada, tampoco nadie pregunta, sobre cómo la va a gestionar. Mientras tanto, todos los actores, incluido el Estado, engordan las cuentas de resultados de auditores, Bancos de inversión, consultores, bufetes etc., que son los únicos que van consiguiendo un buen pasar. Todo menos preocuparse de gestionar.
MIRAR AL FUTURO
Hay que repetir, por si quedaran dudas, que el conjunto de acciones de estos años se resume en un gigantesco fracaso, el ‘economicidio’, en expresión feliz del Profesor José Félix Tezanos. El lector que tenga interés, que repase las hemerotecas y vea en qué han parado las concentraciones y fusiones, los SIP, las aplaudidas salidas a Bolsa… Todo era el no va más y efectivamente lo era, pero del desvarío. Lo digo, no porque se haya llegado al rescate, que más parece un secuestro, sino porque éste se presenta como un suma y sigue para ahondar el marasmo del sistema bancario. A los famosos y alabados test de estrés de la EBA, que en gloria estén, les suceden ahora las evaluaciones de los nuevos agentes incorporados al pingüe negocio de la crisis bancaria española. Hasta los más avisados en la materia se pierden con tanta hojarasca legal y tanta sofisticación para encubrir la carencia de ideas para ordenar y gestionar el sistema crediticio.
Ahora el nuevo señuelo, de tiempo en tiempo surge uno con su correspondiente Decreto-Ley, es el montaje del banco malo, que también necesita asesores mil. Ahora es lo que se lleva, rodearse de asesores de campanillas, bien pagados y, a ser posible, de empresas multinacionales que conozcan poco nuestra realidad para aumentar el morbo y facilitar titulares de prensa.
EL PROBLEMA FALSO DEL CAPITAL FRENTE AL NEGOCIO
Después de las experiencias recientes, da miedo pensar en el disparate que puede salir de todo esto con los dineros, de momento inéditos, del mal llamado rescate bancario. Confieso que me asombra la ausencia del Parlamento, que actúa como un mero espectador en relación con lo acordado en una videoconferencia. Penoso. El hecho cierto es que todo el sector bancario español sigue expectante y, en cuanto a la vivificación del negocio que es lo que importa, ni está ni se le espera. La famosa capitalización, que no deja de ser un problema contable en tiempos de normalidad, tiene embebidos a los legisladores a los que parece preocuparles poco lo fundamental, que es, desde mi punto de vista, el funcionamiento de los modelos de negocio. No es de extrañar por eso, que el Estado no diga qué pretende hacer con las entidades a su cargo.
Precisamente, la situación que estamos viviendo no es de normalidad, los activos dañados son ingentes, la liquidez se estrecha y el negocio bancario esta al ralentí. Por ello, discutir sobre si el capital debe ser el 5, el 8 o el 10, me parece que es poco relevante; lo que importa es determinar qué entidades tienen un negocio que genere recursos y actividad, una vez aligeradas, en su caso, de los activos que lastran su balance, de forma que, progresivamente, vayan fortaleciendo sus recursos propios. Ese, a mi juicio, debería ser el objetivo principal. Lo que siempre se ha hecho en las crisis bancarias y que aquí no se ha querido hacer. Si ese objetivo se consiguiera, y el Estado es el que puede hacerlo por su posición preeminente en el sistema, dispondríamos de entidades, grandes, medianas o pequeñas, da igual, de las que desaparecerían los gestores malos o mediocres, para evitar la ruina del modesto tejido productivo que nos quedará después del diluvio.
Por ese diluvio, el Estado será el principal banquero de la nación, partícipe de numerosas empresas, también será el mayor propietario de inmuebles y suelo, y no sé de cuántos sectores más, al paso que vamos, con otro rescate en ciernes. Ignorar esta realidad, escudándose en que son las cosas de Bruselas es no haber entendido la dimensión del problema, o haberlo entendido y preparar grandes negocios a costa de la menguante riqueza de la nación. Me niego a creer esto último y espero que el Parlamento reaccione, después de dos años de ausencia, desde mayo de 2010, antes de certificar las exequias de la dignidad del poder público.