La frase tan popular “Que vueltas da la vida”, podríamos decir que, resume esta película magistralmente interpretada por Jack Nicholson y Morgan Freeman.

Una entretenida película, de una muy buena idea argumental, un guión correcto, pero sin los matices y sutilezas que nos podría ofrecer el cine europeo sobre esta cuestión. Lo que, sin duda, explica la buena aceptación del público y las reticencias de la crítica.

Dos enfermos de cáncer, que comparten por azar habitación de hospital mientras esperan el diagnóstico fatal de su enfermedad. Edgard Cole, un multimillonario excéntrico, autoritario y petulante que ha hecho del dinero y del poder el centro de su vida y Carter Chambers, un mecánico de automóviles, padre de familia que siempre ha hecho lo correcto, lo que se esperaba de él. Combinación explosiva, que el sufrimiento mutuo y la solidaridad apaciguará canalizando su energía en una aventura que les llevará hacer las cosas les hubiera gustado hacer y, por una razón u otra, no lo pudieron hacer. Grandes dosis de añoranza en ambos personajes, no siempre confesada, de haber vivido una vida diferente.

Al grito de “Ahora o Nunca” deciden no consumir sus últimos meses de vida, en una habitación de un hospital, sino satisfacer su lista de deseos pendientes. A lo largo de la aventura se producen situaciones hilarantes y dramáticas.

En este tránsito acotado entre la vida y la muerte, el día a día les vincula en lo afectivo y les hace confidentes mutuos de sus miedos y deseos. Cómplices de un destino compartido, que quieren apurar sorbo a sorbo deleitándose con ese esplendoroso elixir que es la vida.