Por eso, cualquier elección municipal y autonómica tiene, en sí misma, una entidad propia y un alcance considerable. Sin embargo, en España estas elecciones ahora se pretende que tengan un alcance aun mayor. Desde hace tiempo, el PP tiene una estrategia orientada a intentar infringir al PSOE un voto de castigo de tal entidad que resulte obligado un anticipo inmediato de las elecciones generales.

En principio, parecía que la renuncia de Rodríguez Zapatero a optar por un tercer mandato tendría el efecto de neutralizar en buena parte esta estrategia erosiva y, por lo tanto, se esperaba que la campaña de las elecciones del 22 de mayo se podría centrar más netamente en las cuestiones municipales y autonómicas. Cuestiones en las que, precisamente, la actual crisis está haciendo notar sus efectos de una manera singular, poniendo de relieve las carencias y problemas de un sistema de financiación inapropiado, en la medida que descansaba en gran parte en los ingresos procedentes de la construcción, sobre todo en el caso de los Ayuntamientos. Ingresos que, al cesar bruscamente, plantean la necesidad de un debate de fondo sobre la financiación de las Administraciones locales y autonómicas, en unos momentos además en los que están surgiendo nuevas necesidades sociales y de intervención pública que, en gran parte, tienen que afrontarse “a pie de calle”.

Es decir, lo propio de este momento, y lo que muchos ciudadanos esperaban, era un gran debate sobre el modelo municipal y autonómico, en el que los candidatos y los partidos pudieran contrastar sus propuestas y programas.

Sin embargo, la mayor parte de la campaña ha discurrido por vías más propias de unas elecciones generales. Con la desventaja añadida para el PSOE de que su referente no ha sido el candidato que finalmente se confrontará con Mariano Rajoy en los próximos comicios parlamentarios, sino el candidato-Presidente que ya ha anunciado su retirada y que sufre, lógicamente, el desgaste propio de una etapa política y económica muy complicada.

Los estrategas electorales del PSOE en esta ocasión no han sabido, o no han querido, o no han podido neutralizar u obviar este planteamiento del PP y al final casi todos han acabado entrando en una confrontación política de carácter general. Es posible que esto haya tenido alguna utilidad para movilizar al electorado socialista que está más ideologizado y más preocupado por un eventual retorno de la “derechona”. Pero también ha contribuido a movilizar a los sectores críticos con Rodríguez Zapatero. De forma que habrá que ver quién se beneficia más al final con tal estrategia de confrontación política general.

El protagonismo central que ha ido adquiriendo Rodríguez Zapatero en la campaña socialista, amén de contrastar con lo que inicialmente parece que se pretendía (recordemos la suspensión del famoso mitin de arranque en Vistalegre), puede comprenderse en términos humanos e incluso de solidaridad intrapartidaria, casi incluso como un mecanismo básico de respuesta a los desmedidos ataques del PP. Pero, en términos estratégicos y de capacidad de arrastre de los votos más críticos y desencantados es un error. De hecho, son muchos los electores que a lo largo de los últimos días han tenido la impresión de que estábamos asistiendo a una campaña de elecciones generales y que Rodríguez Zapatero continuaba siendo el candidato del PSOE. Además, con el inconveniente añadido de no estar presentando un programa nuevo y de futuro, sino que se concurría con una mera justificación del balance de lo realizado. Lo cual, habida cuenta de las lógicas luces y sombras de toda gestión política, ha situado al PSOE en inferioridad de condiciones. Sobre todo en una inferioridad argumental y de presentación de objetivos que no es fácil que pueda compensarse suficientemente ni con la simple descalificación del contrario, ni con el argumentario del miedo.

En este contexto tan complicado pocos han sido los candidatos del PSOE que han logrado abrir espacios políticos de suficiente entidad como para situar y proyectar adecuadamente sus propuestas y sus propios perfiles e idoneidades personales. Por lo que parece que el voto del 22 de mayo va a tener unas motivaciones complejas. Y unas interpretaciones posteriores que también resultarán controvertidas.

Desde luego, si el PSOE no logra aproximarse el 22 de mayo al óptimo de sus potencialidades electorales, va a tener que ser capaz de aprender la lección con todas las consecuencias y tomar las medidas necesarias para no repetir errores.

El PP, por su parte, hará todo lo posible para rentabilizar al máximo los resultados y, desde el edificio de su sede en Génova, no es difícil anticipar que va a intentar difundir desde el primer momento una imagen exultante de éxito. Esa noche veremos a un Rajoy desbordante, flanqueado por las sonrisas de Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre, que desgranarán y anunciarán eventuales pérdidas del PSOE en plazas significativas, sin que les importe mucho que, al final, los resultados en su conjunto, en porcentajes totales, no marquen unas distancias tan significativas entre los dos grandes partidos como intenta augurar el PP y los sectores que le apoyan.

En cualquier caso, el hecho de que unas elecciones locales pretendan ser presentadas prácticamente como el preludio de unas elecciones generales, y poco menos que como un plebiscito personal, no es bueno para el país, ni lo es en términos de balance de una democracia seria. En política todo tiene su tiempo y su forma y ni las mezcolanzas estratégicas interesadas, ni los batiburrillos argumentales hacen ningún favor a la imagen y la buen funcionalidad de España.