Esa competición entre ciudades, que se celebra cada cuatro años, tiene como única regla el seducir a un grupo de personas que forman una entidad privada llamada Comité Olímpico Internacional (COI) y, para ello, no sólo construyen o proyectan las mejores instalaciones deportivas, hoteleras, de transportes, seguridad, etc., lo que implica la inversión de importantes sumas de dinero público, sino que deben hacer toda una labor de relaciones sociales con las personas que componen ese COI.
Desde hace algún tiempo, en esa labor de seducción se emplean hasta los Jefes de Estado y de Gobierno de los países correspondientes a esas ciudades. Independientemente de las gestiones discretas que puedan hacer, ese apoyo lo hacen público en el acto solemne de presentación de candidaturas, significando con ello que el acontecimiento alcanza rango de Raison d’Ètat en su país. Desde que Blair colaboró al triunfo de Londres en 2005, va a ser difícil que ningún líder mundial se sustraiga a esa labor en el futuro y, este año, hasta el megalíder Obama abandona por un momento sus altísimas tareas para lograr que, en 2016, Usain Bolt o Rafael Nadal, por ejemplo, practiquen deporte en Chicago.
¿Merece la pena tanto esfuerzo nacional? ¿Está compensado que Madrid envíe a Copenhagen dos aviones llenos de personalidades y folletos? En principio, y acéptese la tautología, si tan importantes personalidades se emplean en ello, debe significar que la empresa vale la pena.
Pero es que el deporte es el segundo componente actual del antiguo panem et circenses, de tal manera que si el futbol heredó de la religión el calificativo de opio del pueblo, parece que, ahora, sus cualidades opiáceas las comparte con el tiro con arco o el bádminton, especialidades olímpicas entre muchas otras. Y ello, aunque alguien pueda pensar que si esos espectáculos deportivos, por ejemplo, pueden llegar a ser opio del pueblo es que el pueblo se adormece con cualquier cosa.
El caso es que si los más altos mandatarios de España, USA, Brasil y Japón van a Copenhagen el día 2 de octubre a tratar de convencer a unos señores del COI, señores que el día 3 es muy posible que sean sospechosos, en los tres países perdedores, de tener intereses espurios, es que algo hay que arreglar.
Y ese algo es la necesidad de que el COI deje de ser una institución privada y pase a ser una agencia dependiente de Naciones Unidas. Dada su importancia, no parece razonable que la salud, el trabajo, el turismo, la cultura o la infancia tengan ese privilegio y el deporte no.