El triunfo de Ángela Merkel en las elecciones de septiembre fue incontestable, aunque no alcanzara, por apenas seis escaños, la mayoría absoluta en el Bundestag. La Canciller podría haber gobernado en solitario con riesgos asumibles, salvo que quisiera afrontar decisiones muy provocadoras.
LOS CÁLCULOS DE MERKEL
El clima, sin embargo, aconsejaba todo lo contrario: una suavización de la austeridad para acompañar lo que de unos meses acá se presenta como un ligero cambio de rumbo en Europa. Si ése era su convencimiento, entonces la opción de la coalición con el SPD presentaba notables ventajas. En primer lugar, neutralizaba al principal partido opositor. Y, además, justificaba ante los grupos de presión que han venido apoyándola la adopción de medidas que la CDU rechazaba, pero que, ahora, por mor de la estabilidad política, era conveniente aceptar.
El repudio de la cúpula empresarial al acuerdo de gobierno conjunto no debe tomarse como una ruptura con la Canciller, sino, más bien, como una reacción de protesta contra algunas medidas concretas (el salario mínimo, sobre todo) y como un mensaje para que la Canciller trace una línea roja.
Merkel, ciertamente, rechazó insistentemente el salario mínimo durante la campaña. Pero, a la vista de los resultados electorales, la Canciller ha hecho virtud de la necesidad. Saca partido a su concesión, pese al aparente malestar de la patronal. Por un lado, acredita su voluntad de fomentar, siquiera ligeramente, el consumo interno y suavizar un poco la austeridad, como le solicitaban la OCDE, el FMI y el Tesoro de EEUU. Al mismo tiempo, atiende las reclamaciones más apremiantes de sus socios europeos: al elevar los salarios, se reducirá algo la competitividad de las empresas alemanas, propiciando la mejora de la posición exterior de otras economías de la Unión.
EL DISCURSO DEL SPD
La dirección del SPD puede presumir, en cambio, del respaldo sindical. Pero tiene todavía mucho trabajo que hacer, porque ha de someter el pacto a la aprobación de sus bases, en amplia consulta, a comienzos de diciembre. Para ello, debe ofrecer una valoración muy convincente de las mejoras sociales obtenidas y conjurar el temor a quedar ‘prisioneros’ de la hegemonía ‘merkeliana’. El líder del partido, Sigmar Gabriel, se ha mostrado confiado y hasta desafiante. Pero si yerra en el cálculo, su carretera política estará acabada.
¿Qué es lo que pueden ‘vender’ mejor a sus bases los dirigentes del SPD? En primer lugar, la instauración de un salario mínimo, que se fijará en 8,5 euros por hora. Este era el principal reclamo electoral del programa socialdemócrata. Se trataba, en cierto modo de una importante conquista, porque en Alemania no ha existido nunca un salario mínimo. Son los agentes sociales los que tienen la exclusiva de acordar las retribuciones del trabajo. El impacto no es menor: cinco millones y medio de asalariados alemanes, uno de cada seis, ganan menos de esa cantidad ahora acordada como ‘mínima’. Una cifra que coincide con el porcentaje de ‘pobres’: un 16% de la población percibe menos del 60% de la renta media. Durante este último mandato de Ángela Merkel, el porcentaje de alemanes que vive bajo el umbral de la pobreza se ha incrementado en un punto.
La letra pequeña del acuerdo sobre el salario mínimo rebaja el alcance de la medida. El salario mínimo sólo entraría en vigor a partir de 2015, y de forma gradual. En 2017, los agentes sociales podrán negociar salarios por debajo de esa cantidad, una clara concesión a la patronal
La concesión salarial es la medida social más destacada, pero no la única. La CDU-CSU ha aceptado adelantar en cuatro años (de 67 a 63) la edad de jubilación, aunque sólo para los asalariados que hayan cotizado cuarenta y cinco años. Asimismo, se elevarán las pensiones más bajas, como quería el SPD. A cambio, se aumentarán las pensiones a las mujeres que hayan dado a luz antes de 1992, una medida de protección familiar que los democristianos habían convertido en una de sus divisas de campaña. Esto último refleja el enorme desfase de las políticas sociales en Alemania durante los últimos años, con respecto a otros países europeos donde se ha conseguido mantener, a duras penas, las cotas del Estado de Bienestar.
Otro logro no menor del SPD es la posibilidad de otorgar la doble nacionalidad a los niños y niñas nacidos en Alemania pero de padres extranjeros, una medida que beneficiaba sobre todo a la minoría inmigrante turca, la más numerosa del país.
UN DIFÍCIL DEBATE
Todas estas medidas han sido cuantificadas: se necesitarán 23 mil millones de euros para ejecutarlas. La referencia insistente en el acuerdo a la disciplina fiscal obligará a hacer equilibrios y ahorros en otras partidas para financiar estas mejoras sociales. Este puede ser uno de los eslabones débiles del acuerdo de coalición y germen de posibles tensiones en el futuro gobierno.
En el debate que se ha desarrollado estos dos últimos meses, al tiempo que se salvaban diferencias relevantes entre derecha e izquierda, se abrían grietas en el interior de cada frente político.
En la derecha, el asunto de la doble nacionalidad ha provocado no pocos reproches entre los dos partidos cristiano-demócratas. La propuesta social-cristiana bávara de introducir el pago de un peaje para extranjeros en las autopistas, finalmente incluida, no fue apoyada por sus correligionarios del resto del país, por temor a que se vulneraran disposiciones europeas.
El proyecto de introducir el referéndum en ciertos asuntos provocó el enfrentamiento entre la CSU y la CDU. Un pacto preliminar entre dos dirigentes de la CSU y del SPD para que se pudiera invalidar una ley si en el plazo de seis meses un millón de personas la rechazaba en una consulta se encontró con el rechazo frontal de Merkel y la CDU. Se trata de un asunto sensible en Alemania, donde la experiencia hitleriana ha hecho muy difícil que se aprueben métodos de decisión política que rebosen el Parlamento.
En las filas socialdemócratas, la negociación también ha levantado algunas ampollas. El acuerdo de la dirección del SPD con la CDU para reducir las subvenciones a las empresas de energías eólicas se ha encontrado con la oposición de las federaciones socialistas costeras.
En resumen, éste puede ser el sentido de la llamada ‘gran coalición’: Merkel ha hecho concesiones en forma de mejoras sociales, a cambio de incorporar al SPD a un compromiso de continuidad de sus principales políticas: el equilibrio presupuestario y el rigor fiscal.