Lo ocurrido con el apagón de Barcelona (que no es el primero ni será el último) muestra las carencias y problemas del actual modelo energético español, en unos momentos en los que cobran toda su importancia las variables energéticas del futuro económico de países como España.
En sociedades cada vez más tecnificadas y avanzadas la energía se ha convertido en una exigencia básica, casi en un bien de primera necesidad, como el agua. Por eso, más allá de las irascibilidades de los primeros momentos, y de los afanes cruzados de culpabilización, lo que es preciso plantear es cómo lograr asegurar unos suministros eficaces y racionales, en función de las actuales circunstancias, posibilidades y exigencias de equilibrio del Planeta.
Los suministros básicos se pueden asegurar bien desde el Estado, o bien confiando en la racionalidad del mercado. Por ejemplo, en nuestras sociedades hay bastante consenso en que el agua debe ser garantizada, con más o menos particularidades, por el Estado. Hasta hace no muchos años se pensaba prácticamente lo mismo de la energía eléctrica. Pero ahora en España tenemos fórmulas híbridas que no se sabe muy bien si son las más eficaces. Si el suministro lo tiene que garantizar el Estado está claro que debe asumir para ello las inversiones y las previsiones necesarias. Y si el papel suministrador le corresponde al mercado, es evidente que las compañías privadas tienen que fijar los precios de acuerdo a los costes y a los cálculos de beneficios imprescindibles para que los inversores encuentren atractivo canalizar recursos hacia estas actividades. A su vez, de acuerdo a la lógica del mercado, los usuarios también deben estar en condiciones de elegir sus opciones.
Pero, en España no se dan ni unos ni otros presupuestos, mientras que el sector energético se está viendo sometido a todo tipo de vaivenes e incidencias. Por eso, no hay que extrañarse de que las cosas no funcionen suficientemente bien y que podamos tener más problemas como el de Barcelona, con múltiples efectos sociales, personales y económicos.
El problema no es sólo de Barcelona o España. Lo ocurrido en una de las ciudades vanguardia del mundo, como Nueva York, con la reciente explosión en su red de suministro de agua caliente, demuestra que para afrontar los retos del futuro y seguir progresando es preciso mantener el pulso de las inversiones básicas y de la renovación de infraestructuras.
Por eso, la lección que se debe sacar de este tipo de incidentes es que se necesitan políticas más rigurosas, claras y ajustadas en cuestiones que son cruciales para el futuro. Y, desde luego, hay que asumir que los costes de la energía hay que pagarlos a su precio. Lo cual supone también que hay que saber aquilatar más sus usos, racionalizando los consumos y alejándonos de la disparatada idea de que vivimos en una especie de Jauja energética, sin límites ni condicionantes.