Por eso, bastantes españoles consideran que, bien voten por uno u otro partido, al final lo que se va a hacer será prácticamente lo mismo. Lo cual no es cierto, como algunos podrán comprobar con el tiempo, cuando ya no tendrán tiempo para rectificar.
Tal fatalismo electoral ha dado lugar a que la campaña haya discurrido por cauces un tanto confusos e inespecíficos, en la medida que el PP ha soslayado sistemáticamente cualquier debate concreto sobre cuestiones de fondo, que pudiera asustar en exceso a algunos de los sectores de opinión que van a quedar afectados objetivamente por las políticas duras de recortes que van a llevar a cabo. De ahí que la campaña haya resultado un tanto tediosa e insípida para aquellos sectores de la opinión pública que no están especialmente politizados. Y, de ahí también, que haya cobrado fuerza una cierta predisposición al voto de oportunidad, en detrimento del voto de convicción. Es decir, una inclinación a votar a “caballo ganador”, que es lo que se ha intentado promover, precisamente, con el aparentemente neutro eslogan de la campaña del PP, que “invita” a sumarse a su posición.
Por una y por otra vía, el principal perjudicado de estas tendencias de cierto fatalismo y renuncia puede ser el PSOE. Sin olvidar, claro está, el efecto erosivo de los errores cometidos.
Pero el PSOE sólo va a quedar perjudicado en las urnas si se cumplen los pronósticos. El problema será la cantidad enorme de familias y personas, sobre todo jóvenes y ancianos, que pueden verse seriamente perjudicados en sus vidas cotidianas por una eventual política de recortes sociales, que será inmediatamente contestada de manera enérgica por la opinión pública. Lo que nos podría meter en una peligrosa espiral de tensiones que sería muy perjudicial para las propias posibilidades de recuperación económica.
Desde luego, la situación a la que nos enfrentamos los españoles no es nada fácil. Por eso yo entiendo perfectamente las dudas y las perplejidades de muchos electores y su sensación de que, hagan lo que hagan, su voto apenas vale para nada. Sin embargo, eso no es cierto. Existen posibilidades para la esperanza que no consisten sólo en proporcionar un voto testimonial y resistencialista a unos partidos pequeños, cuya fuerza exigua apenas permitirá que logren nada efectivo para cambiar el signo fatal de las cosas, que casi todos auguran con una cierta resignación.
¿Cuál sería en estos momentos la mejor y más eficaz apuesta por la esperanza? Posiblemente lograr una representación parlamentaria lo más equilibrada posible como para hacer viable, e incluso necesaria, la única opción que en este momento podría permitir que España tenga un gobierno lo suficientemente fuerte y respaldado como para gestionar solventemente la actual crisis económica, sin generar otros destrozos y problemas sociales y políticos añadidos. El mejor gobierno de este tipo sería un gobierno de amplia alianza, o al menos un gobierno capaz de llegar a un consenso de base que fuera respaldado por algo similar a lo que significaron los pactos de la Moncloa en su día.
Un gobierno inteligente, en este momento, tendría que ser capaz de sumar la mayor fuerza parlamentaria y política posible para defender eficazmente en Bruselas y en los foros internacionales las necesidades e intereses de España. Y, a su vez, tendría que lograr unos consensos sociales adecuados, para evitar que la opinión pública tenga la impresión de que los costes de la crisis sólo caen –o caen básicamente– sobre las espaldas de los sectores más débiles de la sociedad.
¿Y esto cómo se podría garantizar? Obviamente con una representación suficiente de la izquierda. Sólo si el PSOE tiene suficiente peso parlamentario después del 20 de noviembre serán factibles equilibrios sociales y políticos de esta naturaleza. Un PSOE debilitado, derrotado y frustrado y un PP exultante y soberbio, a causa de una victoria abultada, son posiblemente la peor receta imaginable para avanzar por la vía de los acuerdos necesarios y de la sensibilidad social conveniente. Ese es el camino de la esperanza.
Por ello, habrá que ver si el vértigo electoral que la actual situación política genera en mucha gente, se traduce en un movimiento equilibrador y compensador de última hora por parte de aquellos electores que, más allá de malestares, críticas comprensibles y decepciones políticas, son capaces de objetivar sus análisis políticos, y de realizar un voto por la esperanza, en el convencimiento de que de la actual crisis se puede salir en mejores condiciones, y sin tantos costes sociales y personales, como algunos tienen en mente. Desde luego, yo me encuentro entre los que van a hacer ese voto por la esperanza.