En Cataluña cambian los partidos de Gobierno y cambian los Presidentes, pero con unos y con otros se mantienen las reivindicaciones en clave nacionalista y los argumentos falsamente victimistas. El argumentario Montilla es idéntico en esencia al argumentario Maragall, como este lo era al argumentario Pujol: mi identidad es mi privilegio, y si no se traduce en dinero, la armo.
Segundo, el egoísmo fiscal. Quien más aporta, dicen, más debe recibir. Y así, de un plumazo, se cargan el mandato constitucional de la cohesión, el principio universal de la solidaridad y la mismísima justicia fiscal. No señores, cada cual aportará en función de su capacidad y recibirá en función de su necesidad. Viva donde viva y hable la lengua que hable.
Y tercero, la amenaza separatista. Pujol hablaba de Baviera, Maragall de Quebec… y Montilla de la Liga Norte italiana. Y si no nos dais lo que pedimos, dicen, la montamos. Y nos vamos… No se lo creen ni ellos. Pujol y Maragall antes, y Montilla ahora, sabían y saben que un proyecto separatista para Cataluña es sencillamente inviable. Por tanto, el farol no coló ni colará. Condicionar la “afección” de los catalanes a una financiación privilegiada por parte del Estado, es sencillamente penoso. Si no recibimos más que el resto, nos marchamos, repiten sin cesar. Pues va a ser que no.
La gran mayoría de los españoles sabemos que la sociedad catalana no es así. Se trata de gente normal, que aspira a vivir en una sociedad desarrollada y justa, como todos. ¿Cuándo aprenderá su clase política a prescindir de los viejos clichés victimistas y egoístas que tan poco favor hacen a la imagen de esa gran región?