Son múltiples las dimensiones en las que este concepto (lo socialmente deseable o aceptado) muestra una capacidad interpretativa importante, como es, por ejemplo, su efecto sobre la validez de los estudios de opinión pública. Recientemente un estudio del CIS indicaba como los españoles prefieren ver los programas de carácter informativo o documentales sobre los programas de prensa rosa o del corazón. La realidad de las mediciones de audiencias hace bastante cuestionable ese orden de preferencias. En ese esfuerzo por ajustarse a lo que se considera más aceptable socialmente, los individuos disfrazan la realidad de sus deseos con la capa de lo deseable.

Más importante para lo que nos ocupa, existe en ese socialmente deseable una función de presión social fundamental. En ese transformar lo que realmente se piensa que es lo correcto existe un reconocimiento explícito de lo que no es aceptable para la mayoría. Y valga esta presión social para mal o para bien. Así, la Alemania “nazi”, los Estados Unidos de América, la India o Sudáfrica, han sido ejemplos en tiempos y lugares distintos, de sociedades donde la discriminación justificada en motivos diversos, era socialmente aceptable.

La sociedad española mostraba unos niveles elevados de tolerancia en el periodo posfranquista en el plano de lo socialmente deseable. En definitiva, lo correcto era considerar como deseable todo aquello que se suponía atributo de la democracia. Y ello actuaba como freno y limitación hacia comportamientos y actitudes intolerantes. Sin embargo, como varios sociólogos destacaron, muchos de los españoles socializados bajo el yugo y las flechas de la dictadura, contenían la contradicción profunda entre aquello que se consideraba correcto y deseable, una aspiración o logro social, junto a un “poso” de intolerancia condicionada por las formas familiares y educativas del régimen autoritario.

Poco a poco, aquel aspirar a una sociedad democrática y tolerante, como algo deseable para todos fue siendo contradicho y desafiado durante la década de los 90. A ello contribuyó, sin lugar a dudas, la legitimación que el Partido Popular da al discurso de la intolerancia y la discriminación. Aquello que era socialmente deseable en los 80 es, a finales de los 90 de “progre trasnochado” según el discurso gubernamental. Actualmente, parte de lo que es socialmente deseable esta en disputa. Ha devenido en posición ideológica. En argumento político. Un discurso público xenófobo y reducionista, basado en la inmigración y el miedo, alcanzó en marzo un apoyo social de más de diez millones de votos. En la sociedad de la transición la tolerancia y sus atributos primaban indiscutibles como lo público deseable. Esperemos que en el futuro no sea vergonzoso decir que se apoya la igualdad y la solidaridad. Por lo pronto, hoy en día, la intolerancia ya es una opción democrática.