El filósofo prusiano Ernst Cassirer definió al ser humano como un “animal simbólico” y dedicó buena parte de su reconocidísima obra a estudiar su vida en sociedad a través de la simbología política. No cabe dudar del papel decisivo que los símbolos han jugado a lo largo de la historia en la organización del espacio público que compartimos.
Uno de los símbolos políticos más característicos es la bandera y su utilización ha sido tan variada como los colores y los signos con que puede configurarse. Ha habido y hay banderas para el bien y para el mal, para la paz y para la guerra, para unir y para desunir, para construir y para destruir.
Hace unos días, Pedro Sánchez hizo uso de la bandera constitucional española como un elemento simbólico más en su proclamación como candidato socialista a la Presidencia del Gobierno. El gesto no carecía de significado, desde luego. Pretendía simbolizar algo: la voluntad de liderar un proyecto de ciudadanía compartida para el bien común.
El proyecto del PSOE y de Pedro Sánchez pretende superar las muchas fracturas que sufre nuestro país, en lo económico, en lo social, en lo territorial, entre los hombres y las mujeres, entre las distintas generaciones. ¿Qué mejor símbolo para tal propósito que la bandera de la Constitución que propugna en su artículo primero la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo como valores superiores de la convivencia entre españoles?
Tan absurdo resulta magnificar el gesto de mostrar la bandera española, junto a los habituales símbolos del PSOE, como denostar su utilización con propósito tan razonable. Ni el candidato socialista pretendió sustituir su programa de gobierno por la bandera, ni intentó en momento alguno apropiarse de los valores comunes asociados a este símbolo que a todos representa y a todos concierne.
Algunas críticas llegadas desde la derecha reflejan el carácter sectario que aún define el discurso y la acción política de ciertos dirigentes. Manifestar que la adhesión a la bandera constitucional española es incompatible con el apoyo a la investidura como alcaldes y alcaldesas de quienes han obtenido la confianza de los españoles, resulta tan contradictorio como anacrónico, y evoca aquellos tiempos para olvidar en los que se acusaba de “anti-España” a quienes se pronunciaban contra el régimen del oprobio franquista.
Algunas alusiones pronunciadas desde otros ámbitos de la izquierda también merecen rechazo. Proclamar que quienes exhiben banderas se olvidan de “la gente” o de sus problemas parece suponer falazmente que hay alguna incompatibilidad entre colocar una bandera en un escenario y trabajar para la mejora de la sanidad o la educación de los españoles. Se trata, precisamente, de expresar la voluntad de establecer grandes metas comunes para el bienestar de “la gente” y de articular iniciativas comunes para alcanzarlas.
Cuando el dirigente de Podemos prescinde de la corbata, se deja la coleta o dibuja un círculo en su logotipo morado también está haciendo uso de los símbolos. A nadie en el PSOE se le ha ocurrido reprochar a Iglesias que confunde el progresismo con la indumentaria informal, o que hace falta menos coleta y más compromiso real con la nueva política, por ejemplo haciendo dimitir a sus cargos públicos imputados por la Justicia.
Pedro Sánchez pretendía simbolizar que es tiempo de puentes y no de frentes, tiempo del “qué hay de lo nuestro” antes del “qué hay de lo mío”. España necesita un Gobierno que no acentúe las divisiones, sino que apueste por la unidad del proyecto común, del bien común, del futuro común.
Los españoles hemos gastado demasiado tiempo y demasiadas energías en afirmarnos unos contra otros, en diferenciarnos unos frente a otros, en separarnos unos de otros. Hemos vivido una época de fragmentación y de combate permanente entre españoles de diferentes identidades, de diferentes territorios, de diferentes edades, de diferente género y de diferente condición social. Es hora de articular lo que nos es común en un proyecto de ciudadanía compartida, un proyecto de país, a partir de valores progresistas, que son muy mayoritarios en la sociedad española. Esa es la apuesta del PSOE.
La bandera no es panacea para ningún mal. Pero si ayuda a simbolizar el propósito de unir fuerzas para el bien común, sin molestar a nadie ¿por qué esconderla?