No vale la pena perder el tiempo en enjuiciar el contenido central de esa conferencia. El fondo de lo que dice no es más que una de las variantes del pensamiento ultraconservador que aplicaron y difundieron en su día Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Lo que llama la atención es que, junto a lo peligroso de sus recetas para el ciudadano de a pie, se introducen comentarios cargados de sectarismo y hasta de falsedades impropias de personas a quienes les es exigible un mínimo rigor y conocimiento respecto de lo que opinan. Me refiero a una mención que se hace sobre los sindicatos que, por no venir a cuento, no tiene otra justificación que la de hacer explícita la adhesión a la rampante campaña antisindical en curso.

Se afirma de manera categórica que “los sindicatos responden única y exclusivamente a los intereses de sus votantes medianos, que son un trabajador con contrato permanente, de unos 55 años, varón y de baja cualificación”. Se añade que “el empleo les trae al fresco” y se completa la visión diciendo que “van a hacer una manifestación cada 1º de Mayo y van a golpearse el pecho, pero lo que verdaderamente les importa de verdad es esto”. Lo primero que cabría preguntarse es cómo resulta posible que individuos con semejante dosis de cerrilismo intelectual puedan ejercer de catedráticos. Porque se entiende que, dados los intereses a los que sirven, traten de desprestigiar a los sindicatos e incluso desear hacerlos desaparecer. La cuestión es que al expresar tal grado de inquina y de falso diagnóstico ponen en evidencia que sus propuestas frente a la crisis económica y sus salidas es casi seguro que arrastran similares niveles de falsedad y errores. Lo grave de todo ello es que, pese a su insolvencia, influyen de manera decisiva sobre las decisiones de los poderes públicos a los que, paradójicamente, menosprecian.

Cuesta trabajo creer que alguien especializado en cuestiones relacionadas con el mundo de las empresas no sepa que los sindicatos tienen cerca de un 40 por 100 de mujeres entre su afiliación. Tampoco que ignoren que no se nutren básicamente de trabajadores sin cualificación, a no ser que confundan la cualificación universitaria con la profesional. Y, desde luego, que no sepan que la edad media de sus “votantes medianos” (¡qué definición!) está muy por debajo de los 55 años. Pero aun cuesta mucho más trabajo creer que desconozcan las motivaciones de, por ejemplo, las ocho huelgas generales convocadas a lo largo de nuestro período democrático y de la relación directa de la mayoría de ellas con la lucha contra el paro y por la calidad del empleo; esto es, no pensando precisamente en quienes poseían un “contrato permanente”. A todo ello habría que añadir, también por ilustrarlo con ejemplos sobresalientes, la política de moderación salarial que desde los Acuerdos de La Moncloa hasta el presente ha presidido la acción de los sindicatos y sus grandes acuerdos con la patronal y, a menudo, los gobiernos, lógica consecuencia de haber priorizado desde el inicio de la Transición hasta el día de hoy la defensa del empleo y la creación de puestos de trabajo. No, no cabe pensar que la ignorancia de estas gentes sea tan grande. Simplemente actúan de mala fe por razones ideológicas y servidumbres económicas.

Ahora bien, que desde diversos foros se divulgue basura ideológica no tendría excesiva importancia si no fuera porque, amplificada a través de los grandes medios de comunicación y utilizada por la derecha política para su acción de gobierno, ha venido consiguiendo que un amplio sector de ciudadanos den la impresión de haber perdido el sentido crítico y de admitir como lógicos o inevitables los recortes, austeridades y demás agresiones sociales, económicas y políticas al uso. Visto desde otra óptica, lo grave es esa percepción de que en la batalla ideológica, siempre presente en cualquier sociedad, la izquierda está a la defensiva desde hace décadas. Por eso es fundamental contraatacar, empezando por dotar más profundamente de formación a cuadros, militantes y simpatizantes, fortaleciendo los valores de la solidaridad, igualdad, justicia y libertad y nutriendo a la opinión pública de argumentos que sirvan para contrarrestar los efectos de toda esa basura.