Confieso que yo soy de las defensoras de la pluralidad política. Me gusta el diálogo, el consenso, el pacto, la negociación, y creo que las mayorías absolutas acaban por dividir en dos los parlamentos sin posibilidad práctica de diálogo, porque no hace falta.
Sé que la pluralidad siempre es más difícil de gestionar, pero obliga a elevar la práctica democrática, a buscar puntos de consenso, mínimos comunes sobre los que negociar, moderar posiciones extremas, y mirar el interés general de la mayoría.
Sinceramente, pienso también que la alternancia política de un bipartidismo que ha durado tantos años ha llegado a adormecer el sistema, puesto que se han creado lazos de connivencias difíciles de asumir bajo la presunción de “o tú o yo”. Un bipartidismo que ha impedido en ocasiones la riqueza de otras aportaciones o propuestas de interés, pero que no cuentan, porque sólo cuentan los votos en un parlamento.
Pero, el experimento andaluz no está saliendo bien. Alejarnos del bipartidismo, de sus estrecheces, de su encorsetamiento, no puede ser a costa de caer en un barullo de presiones con la vista fija en las elecciones generales y no en los pactos de gobierno.
Lo que venga después será complejo, muy complejo, pero abre la puerta a un cambio de modelo democrático más sutil. Ahora bien, los ciudadanos piden acuerdos, no bloqueos. Si las mayorías absolutas se han acabado es porque viene una época de acuerdos y pactos, de entenderse, de saber hablar, de poner puntos en común. La ciudadanía demanda que los políticos sepan hablar entre ellos, y ese es el reto que ahora está encima de la mesa.
¿Qué es lo que nos espera? ¿Puro tactismo? ¿No le importa a ningún partido lo que ocurre en Andalucía, sino solamente el resultado en las elecciones generales?
Si los nuevos partidos, que son los que se definen como capaces de hacer otra política, son incapaces de establecer acuerdos y diálogos, y que sencillamente quieren aprovechar su posición de fuerza, aunque sea con unos escaños mínimos pero necesarios para gobernar, es que no hemos aprendido nada.
Los españoles han cambiado el mapa político deseando que el bipartidismo termine y que no haya mayorías absolutas pero los políticos (y más decepcionantes, los llamados “nuevos”) no están preparados para este nuevo escenario. Siguen con las viejas estrategias de tactismo.
El partido Podemos puso condiciones encima de la mesa como la salida de Griñán y Chaves, pero una vez conseguido, puso otras nuevas para seguir apretando. Ciudadanos ve como sube su cotización sustituyendo al PP, pero no pueden votar con ellos hasta que no lleguen las generales, pues supondría contestar a quienes dicen que es el edulcorante del PP; mientras tanto, juegan a la ambigüedad, aunque sus listas municipales se nutran de gente que provienen de otros partidos (PP y UPyD) y que tienen un enorme tufo a arribistas.
No sé qué ocurrirá en las elecciones generales, ahora mismo, todo es imprevisible. Pero si las elecciones autonómicas y municipales acaban siendo también “moneda de cambio” para que los partidos sigan bloqueando las instituciones en busca de mejor acomodo, quizás, los españoles tomen nota en una siguiente votación.