En el caso de Marta del Castillo, como no podía ser de otra forma, ha reaparecido. Eso no debería sorprendernos. La novedad, lo que hace especial al debate social generado es que se esté refiriendo a la condena como ineficaz.

De lo que se está debatiendo, sin mencionarlo, es de la posibilidad de reinserción. La opinión publicada está trabajando estos días para demostrar que es prácticamente imposible, que apenas es significativa, que no justifica el régimen de penas en España.

Por ello, se está asumiendo, peligrosamente, que los condenados a cárcel tienen nulas posibilidades de reintegración. Esto cambia por completo la imagen que tenemos de las cárceles, de su significado y sentido.

Si la sociedad está asumiendo (en el caso de que nos creamos que lo expresado en los Medios de Comunicación represente a la Opinión Pública, que es mucho suponer) que las cárceles, y el gasto que conllevan, deben mantenerse con el único fin de mantener recluidos, de por vida, a los delincuentes, entonces deberíamos cambiar el sistema penitenciario.

No hará falta invertir en la formación de los presos, ni permitir contactos con sus familiares, ni permitir que se mantenga un vínculo con el exterior. No será necesario trabajar el arrepentimiento, el sentimiento de culpa, el valor de pertenencia a la sociedad.

Todos esos gastos pasarían de la cuenta de variables a fijos. Probablemente el resultado final variaría poco en lo económico, pero significaría un tremendo cambio en lo social. La respuesta sobre qué tipos de presos queremos y por ello qué tipo de sociedad queremos, estaría girando profundamente hacia el desinterés más absoluto, hacia el despego por la comunidad y, sobre todo, hacia el olvido de las causas que llevan a la criminalidad.

¿Qué sentido tiene descubrir que determinados crímenes están relacionados con la exclusión social, por ejemplo, si una vez cometido jamás se podrá revertir esa situación? La sociedad está olvidando su parte de culpa en la existencia de delitos y estamos dejando al individuo cada vez más solo.