Conforme más evidente resulta que los problemas son de carácter estructural, más superficiales y tibios son los discursos que apuntan a la transformación del mercado de las finanzas.

Se denuncia a la Banca privada con una contundencia rayana en la agresividad por bloquear la fluidez del crédito, se reclama la intervención urgente del Estado, pero se niega con un dogmatismo cuasi religioso el espantajo de la Banca pública.

Si el sistema no funciona, si parece claro que nos conduce al desastre, ¿por qué no cambiarlo? ¿Por qué no cambiarlo de verdad? ¿Tanta fuerza conserva la inercia del pensamiento único? ¿Tantos recursos movilizan aún los que promovieron modelos ideológicos evidentemente fracasados? ¿Tanto vértigo produce el cambio?

El Gobierno británico reniega oficialmente de la Banca pública, pero utiliza el nacionalizado Northern Rock para suministrar a las empresas y a las familias los créditos que niega la Banca privada. El Gobierno USA no quiere oír hablar de la socialización de las finanzas, pero las fuentes de la Reserva Federal admiten que más temprano que tarde acabarán nacionalizando el City Group y el Bank of America.

El ínclito Presidente del Banco de España sigue profesando fe neoliberal, defiende las privatizaciones y reclama el despido barato, pero advierte de daños graves en nuestro sistema bancario como consecuencia de la “segunda oleada” de impactos debidos a la crisis del paradigma neoliberal, y no descarta la necesidad de la intervención pública.

Mientras tanto, ahí están las Cajas de Ahorro, funcionando en clave puramente mercantil y exorcizando cualquier intento de orientar sus estrategias conforme al interés general. “¡Política, no!”, arguyen aquellos que “politiquean” cada día para asegurarse el control de “su” Caja en tacticismos de vuelo rasante, en beneficio de su partido o, según comprobamos en la derecha madrileña, en beneficio de su bandería dentro de su partido.

¡Cómo si los políticos que se sientan en los consejos de las Cajas no tuvieran el mandato “político” de defender el interés general de la ciudadanía a la que representan”! ¡Como si no se hiciera política, buena y mala, en la Banca privada!

Y, mientras tanto, el Instituto de Crédito Oficial haciendo lo que puede, porque no puede hacer lo que no es. El ICO moviliza una cantidad ingente de dinero en estos días, pero los pequeños empresarios se quejan de que este río caudaloso no humedece siquiera los motores de sus finanzas, gripados por falta de liquidez. ¿Por qué? Porque el ICO no es una Banca pública, no tiene competencia ni capacidad para hacer llegar directamente el maná del crédito a los terminales de la actividad económica y a los hogares. Por no disponer, no dispone ni de oficinas comerciales.

Quizás el ICO no sea instrumento suficiente. Quizás necesitemos de una Banca pública, aunque sea de forma coyuntural, para atravesar con garantías la etapa más dura de la crisis. Quizás haya que revisar viejos dogmatismos fracasados. Quizás haya que desenmascarar a quienes se resisten al cambio desde la defensa del interés propio, traicionando el interés general. Y quizás las Cajas de Ahorro puedan jugar ese papel, al menos durante un tiempo.

Hay Cajas y Cajas. Pero el sistema financiero español cuenta con Cajas grandes, fuertes y solventes. Al frente de estas instituciones se encuentran representantes políticos, sindicales y sociales. Un gran acuerdo político e institucional puede abrir la puerta a la movilización de estas herramientas, en clave de Banca pública, para dejar de lado por un tiempo los criterios de actuación exclusivamente mercantiles, y convertirse en el cauce eficaz que contribuya a engrasar con créditos accesibles la maquinaria de nuestra economía.

No es el momento de más análisis catastrofistas. Resultan más útiles “antes” de las catástrofes. Tampoco es tiempo de dogmatismos o inmovilismos. Imaginación y coraje. Eso es lo que necesitamos.