Se ha convertido en un lugar común de la política de los últimos otoños organizar grandes maniobras de distracción alrededor de los presupuestos o las previsiones sobre el déficit, sabiendo tanto el Gobierno como las oposiciones que son papel mojado, porque no existe la menor intención de procurar el cambio político y económico que dé vigor y confianza a las gentes que, con sus iniciativas, pueden colaborar al restablecimiento del país. No me refiero a los acreedores que, de momento, están cobrando, sino a todos aquellos, empezando por los propios poderes públicos, que tienen que reinventar el tejido productivo que ha desaparecido con la desertización industrial y con la burbuja especulativa de los quince años pasados. La incomparecencia en esa materia es clamorosa, porque supongo que pocos tomarán en serio los latiguillos sobre los emprendedores y las famosas ventanillas únicas para crear empresas. Ambos me recuerdan otros tiempos de inseguridad ciudadana y el latiguillo de la policía de barrio, de la que nunca más se supo. Es penoso llegar a constatar que nadie está al mando, salvo para continuar exprimiendo a los indefensos con la finalidad de sostener una función teatral beneficiosa sólo para los actores, el público no importa.

Para entender mejor el discurso oficial de la recuperación, que carece, a mi juicio, de soportes reales, conviene saber que estamos ante políticos que practican el vuelo gallináceo, les preocupan los próximos días y, como mucho, los próximos meses. Ni soñar en el medio y largo plazo, eso son palabras y compromisos mayores que no se llevan. En ese contexto, el objetivo que les importa es el electoral, primero las elecciones europeas de primavera, en plan de ensayo, y después las locales y generales. Por tanto, el tiempo les devora y no les queda más remedio que poner en marcha la máquina de la propaganda a ver si cuela. Parece difícil, pero intentarlo les sale gratis. Y el intento es tratar de convencer a los que se sienten mal y sin esperanza que están teniendo un mal sueño, porque ya se vislumbran en lontananza cosas mejores. No tengo nada contra la publicidad y la propaganda, siempre que sean veraces y vendan productos con garantías. Les propongo que tomen nota de los discursos oficiales y que los contrasten con su realidad cercana, con sus familias, con sus negocios y empleos, los que los tengan, y también, por qué no, con la cesta de la compra, y decidan. Es un ejercicio saludable y poco sofisticado, pero es la vida. Otra cosa es el teatro.

Somos, junto con Italia, aunque ésta tiene más resortes que nosotros, los últimos de Filipinas del sur de Europa donde se están comprobando los efectos devastadores de las mal llamadas políticas contra la crisis. En realidad, España se ha convertido en el clavo ardiendo de la Troika para mantener la ficción y no dar por fracasada la función. Convendría aprovecharse de ello y explorar la reestructuración de la deuda. No bastan sus plácemes y la financiación del Banco Central Europeo, necesitamos que esa carga insoportable se aligere y que no termine estallando como una bomba de racimo de consecuencias imprevisibles. Mejor prever y desactivar la espoleta, porque hasta el menos versado comprende que estamos en los niveles del impago. Los que gobiernan también lo saben; sin embargo, prefieren comprar tiempo y que, cuando estalle ésta bomba y otras de carácter político, les pille fuera de la responsabilidad de la mayoría absoluta o dentro, compartiéndola con otros. Es la partida, parecida a la ruleta rusa, que se está jugando.

Con todo, no hay que dejarse llevar por la desesperanza; por eso, cada cual en el ámbito de sus responsabilidades debe combatir, armado de razón y de realismo, la propaganda frívola o malintencionada y si algún día, que espero cercano, surgen organizaciones capaces de romper el cordón sanitario que protege a los impostores, con el fin de ordenar y encauzar el descontento, antes de que éste se transforme en ira desordenada, habrá que sumarse a la empresa de la reconstrucción nacional.