Ha sido un calvario innecesario. Pero no únicamente para los implicados en la trama, incluido Camps, que vivieron tiempos felices mientras engañaban al público en general. El calvario ha sido para los valencianos/as que han soportado un gobierno ineficiente y paralizado, de compostura y mentira continua, fingiendo que todo estaba bien cuando cada vez olía peor, endeudados hasta las cejas, con sobrecostes injustificados, aguantando las risas de los que se forraban a costa del erario público. Ha sido un calvario para intentar salvar al insalvable.
Hasta que el silencio mortífero de Rajoy ha decidido fulminarlo. ¿Qué conversaciones mantendrá un personaje tan silencioso y ambiguo como Rajoy? Le gusta dejar, como dicen los suyos, que uno se “vaya cociendo solo”, hasta que al final, con la sentencia sobre la mesa, no queda más remedio que irse. Rajoy nunca toma decisiones, nunca mueve las fichas, nunca se pronuncia. ¿Es una forma de gobierno? Dejando que los suyos se pudran, se hundan, enloquezcan y finalmente se vayan.
Y Camps ha dimitido porque sabe que no es el único que vivió tiempos felices, porque aún sueña que él le financió el congreso a Rajoy, que es el “más grande de los grandes”, que a sus pies se han rendido amigos y enemigos, que no le puede estar pasando a él todo esto por culpa de “unos trajes”. Aunque él, Rajoy, el PP y todos sabemos que el traje del emperador es sólo la tela que vemos, y que el grueso de la trama está en las manos del juez. Camps ha actuado como sólo él sabe hacerlo: arrogante, exigente, pasando factura y dejando colgado a sus amigos y colaboradores que horas antes admitieron su culpa. Rajoy estaba dispuesto a seguir con un Presidente culpable y con antecedentes con tal de evitarse el juicio, y Camps estaba dispuesto a asumir su culpa. ¿Cómo nos podemos creer así su inocencia (que hace mucho que nadie la cree) y cómo podemos pensar que Rajoy limpiará su organización por dentro cuando es capaz de aceptar a un culpable “honorable”? El PP no tiene ninguna intención de sanear sus cuentas, de limpiar sus irregularidades, de abandonar su posible financiación ilegal; todo lo contrario, sólo pretende que se vea lo menos posible: y Camps se había evidenciado demasiado.
Todo lo ocurrido es absolutamente inmoral e indecente en una sociedad democrática que debe confiar en sus pilares políticos de representación, pero hay dos hechos que abundan más en la miseria moral en la que la Comunidad Valenciana está inmersa por las actuaciones del PP:
1) Ningún miembro del PP piensa pedir perdón públicamente. No hay ningún reconocimiento ni exigencia de responsabilidades aún sabiendo que algunos se han declarado culpables y que Camps ha tenido que dimitir forzado por las acusaciones judiciales. Rajoy sigue mintiendo en declaraciones escritas hablando de “dignidades y sacrificios”, menos pedir perdón por lo ocurrido, por todo lo que sabemos y por lo que no sabemos todavía (porque el culebrón Gürtel es denso).
2) El PP ha sacrificado su pieza más valiosa, el rey, y pretende seguir jugando como si no pasara nada. En el mismo día que Camps se va, viene Alberto Fabra a ser Presidente de la Generalitat. ¿Con qué legitimidad democrática? Es un engaño más a los votantes. Acaban de producirse unas elecciones y cambiamos un Presidente por otro como si no pasara nada. Da igual lo que piensen o decidan los valencianos, porque el PP usa y utiliza sus mayorías electorales traspasando todas las líneas rojas de la representación política.
Camps está muerto y ya hay un nuevo rey para que todo siga como está. Un lavado de cara a tiempo para que Rajoy pueda presentarse a las elecciones generales como si nada tuviera que ver con el caso Gürtel, la corrupción valenciana y madrileña, los asaltos al poder democrático, los ataques continuos a policías y jueces, la burla a los valencianos que cambian de Presidente como si fuera un pañuelo usado, la utilización más partidista de las instituciones democráticas.
A rey muerto, rey puesto (bajo la atenta mirada de Federico Trillo que llegó como el motorista con el mensaje en un sobre).