PRESIDENCIA ESPAÑOLA DE LA UE
Esta cuarta presidencia española de la UE, desde que en 1986 nuestro país pasó a formar parte de la Unión, está llamada a ser diferente. No sólo diferente de las anteriores sino diferente a lo que han sido hasta ahora las presidencias de turno. Primero porque, tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, las presidencias rotatorias son menos presidencias. Tienen que compartir su protagonismo con las nuevas figuras establecidas por el Tratado: la Presidencia permanente del Consejo y las nuevas funciones de la ministra de asuntos exteriores de la Unión. Pero los liderazgos con los que repartir estrellato no se acaban ahí. El Presidente de la Comisión también ejerce. Y, como siempre, los grandes países de la Unión – Alemania, Francia, Inglaterra, que representan más del 50% del PIB comunitario – tienen por costumbre tomar iniciativas o imponer vetos por su cuenta, o mancomunadamente, que terminan condicionando los mejores programas. Aparte de que tomar decisiones – sobre todo las más sensibles, incluso si no requieren la unanimidad – teniendo que poner de acuerdo a 27 socios resulta una tarea que raya con lo imposible.
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