Hegemonía y dominio que se solían imponer con la fuerza de las armas, sustentada en una idea política o religiosa. Y eso era lo que los padres fundadores querían desterrar del Continente, para extender en el mismo los ideales de la democracia y de la cohesión social, de cuya conjunción surgió el famoso Estado del Bienestar. Hemos vuelto a las andadas, o a los orígenes según se prefiera, porque Europa se encuentra revuelta y bastante disminuida, postrada, en suma, ante la potencia de Alemania que no ha necesitado la fuerza militar, sólo un manejo inmisericorde de las políticas económicas y financieras. Difícil aventurar cómo terminará éste nuevo intento; de momento, creo que es importante constatar que va cogiendo velocidad de crucero. Lo de Chipre es una prueba significativa, que sigue a las experimentadas en Grecia, Portugal y España.

ALEMANIA HA RENACIDO COMO EL AVE FÉNIX

Hay que remontarse al ya lejano final de la Segunda Guerra Mundial en Europa, mayo de 1945, para buscar parte de la explicación del renacimiento del poder de Alemania, cuya plenitud aparece ante todos nosotros, los continentales: los aliados, fundamentalmente Estados Unidos, tenían que decidir qué hacer con la potencia derrotada. El Secretario del Tesoro de entonces, Henry Morgenthau, propuso un plan que lleva su nombre, que consistía en reducir a Alemania a una economía pastoril, desmantelando su industria y dividiendo su territorio. Pero dicho plan pareció una desmesura, sobre todo ante lo que se suponía la amenaza de la Unión Soviética; y se optó por el mal menor, permitir la reconstrucción alemana, aunque dividida territorialmente. Una fórmula que garantizaba cierto equilibrio y que permitió la puesta en marcha del Mercado Común para mejorar, política y económicamente, al conjunto de Europa Occidental en plena Guerra Fría.

De todos es sabido que la desintegración de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, 1989, junto con la consolidación y extensión de las políticas neoliberales de Thatcher y Reagan, alteraron profundamente la política europea. La entonces CEE no iba a ser una excepción. Y es a partir de ese momento cuando, ante la ausencia de otros liderazgos, Alemania tomó la iniciativa, planteando y logrando su reunificación. Empezó a labrar su hegemonía en Europa, sabiendo que, para conseguirla, sólo tendría la oposición de Inglaterra y el distanciamiento de los países escandinavos. El resto, incluida Francia, eran pan comido. Han sido dos décadas de trabajos en esa dirección: sucesivos tratados europeos, ampliaciones, Unión Monetaria y moneda única que, a mi juicio, forman parte de la imaginería, pura hojarasca, para encubrir el objetivo de dominación continental de la potencia germana, que no es una potencia europea, es una potencia mundial, conviene no olvidarlo.

LA INCAPACIDAD DE LOS GOBIERNOS TRANSFORMADOS EN TÍTERES

Lo expresado no es una crítica a Alemania, país respetable que vela por sus intereses, cosa que no hacen otros. Es la constatación de una realidad definida, en mi opinión, por la suma de complejos y de incapacidades que la ha hecho posible: la nueva, o vieja Europa según se mire, en la que se traza la línea divisoria entre los países dominantes de la reforma protestante, capitaneados por Alemania, y aquellos otros dominados, de raíz católica, Francia, España, Italia y Portugal, que sufren una grave crisis de identidad, porque el proyecto europeo, al que han sacrificado sus proyectos nacionales, se ha transformado en una impostura que amenaza todo aquello, bienestar, equilibrio social y democracia, que se pretendía asegurar con aquel. Si prescindimos de la autopropaganda de los menesterosos gobiernos nacionales y de los medios acríticos que la expanden, no creo que haya dudas sobre que estamos embarcados en un experimento poco solidario y bastante autocrático, que está causando estragos, sin ofrecer siquiera el consuelo de un futuro mejor. Pienso que las reacciones no se harán esperar, especialmente en Francia e Italia, donde ya hay claros síntomas de ello. En España, con nuestras divisiones internas y la debilidad democrática, iremos a rebufo de ellas. Mientras tanto, los ingleses y escandinavos se limitan a observar nuestros desvaríos.

Lo de Chipre y sus consecuencias, junto con los estragos ya causados, obligará a prestar atención al tiempo venidero en Europa: las elecciones y puede que también algunas revueltas sociales, nos indicarán el rumbo del Continente y el alcance de la dominación germana. Ahora somos espectadores y sufridores de sus políticas, impuestas por la incapacidad de nuestros gobiernos, refugiados en la excusa de que son decisiones de Bruselas o Berlín, que son lo mismo al fin y al cabo. Es el cumplo órdenes, de triste recuerdo para los europeos. No saben qué decir y se aferran al cuento del proyecto comunitario que hace muchos años que feneció. Como dijo Ortega y Gasset en ocasión memorable, “no es esto, no es esto”.