En el período de unos pocos meses, la “pequeña” política española ha pasado al menos por siete fases ciclotímicas: antes de las elecciones municipales y autonómicas existía cierta euforia en las filas socialistas por los datos que se apuntaban en determinadas encuestas (no en todas, por cierto). Después de las elecciones, es el PP el que entra en una fase de euforia, mientras que la dirección del PSOE queda como descolocada y se deja llevar por una lectura un tanto triste de resultados que no habían sido tan malos. Después del debate sobre el Estado de la Nación, Rodríguez Zapatero sale reforzado y la promesa de la ayuda de 2.500€ por hijo es recibida muy positivamente por la opinión pública, mientras que en las filas del PP se produce un claro decaimiento con sonoras dimisiones–defenestraciones de algunos líderes autonómicos. Pero, inmediatamente, se producen los acontecimientos de Cataluña y la zarabanda de Navarra, que permite que los líderes del PP saquen pecho. Sin solución de continuidad se abre el debate sobre las listas del PP, a partir de una propuesta de Ruiz Gallardón, que es amplificada por las reacciones desmesuradas del sector más duro del PP, hasta degenerar casi en una crisis general de liderazgo. E inmediatamente, cuando los actuales estrategas del PSOE empezaban a frotarse las manos, se organiza el rifirrafe sobre el proyecto de ley andaluza de garantía de vivienda, con el Vicepresidente económico, la Ministra del ramo y varios dirigentes importantes del PSOE discrepando abiertamente a través de los medios de comunicación. ¿Y la próxima…?
El problema es que cada uno de estos episodios ciclotímicos, por lo general, se sustenta en errores y disfunciones de los “contrarios”, de forma que, en esta dinámica, cada una de las dos grandes fuerzas políticas lo que en realidad puede estar haciendo es acumular desgastes. En consecuencia, si se continúan produciendo procesos ciclotímicos a este ritmo, lo más probable es que ambas fuerzas lleguen a los próximos comicios con una parte de sus electores cansados, desorientados y quemados. Si esto es así y si la abstención aumenta, el partido que tendrá más oportunidades de ganar las elecciones será el que menos desgaste acumule. A no ser, claro está, que uno de ellos sea capaz de salir de este círculo de negatividades y formule una propuesta programática atractiva, en positivo y con suficiente capacidad de credibilidad y arrastre.
En cualquier caso, nos encontramos ante una larga campaña electoral que va a ser muy dinámica y cuyos resultados no van a ser fáciles de pronosticar.