El contraste que se ha querido establecer respecto a los cien primeros días de la legislatura anterior no tiene suficientemente en cuenta las diferencias de contexto entre aquella situación y la presente, ni el carácter especialmente importante de algunas de las promesas electorales de la campaña anterior, empezando por la retirada de las tropas españolas de Iraq.
En esta ocasión, la Opinión Pública apenas ha podido destacar algo especial en las medidas tomadas en los primeros cien días de gobierno, como no sea el muy discutido reintegro de la mitad de los 400 euros prometidos a cada contribuyente. El impacto que ha tenido el nombramiento de los nuevos ministros también ha sido escaso y con harta frecuencia sólo se ha traducido en elementos anecdóticos.
Si a esto se añaden las imágenes de discrepancias que se han “transmitido” entre diferentes ámbitos ministeriales y la erosión que empieza a causar la crisis económica, con la correspondiente sensación de falta de confianza, se entiende que en la opinión pública –y la publicada– se esté produciendo un cierto decaimiento.
Frente a esta dinámica sólo caben políticas de gobierno de mucho empuje e impacto social. Pero tal tipo de políticas no son fáciles de impulsar si no se cuenta con suficiente respaldo parlamentario y social. Y aquí están, precisamente, los dos principales factores de debilidad del actual Gobierno de Rodríguez Zapatero. En el Parlamento, la realidad es que el PSOE está más solo que en la legislatura anterior, por mucho que tenga más escaños. De ahí que la impresión inicial de victoria se haya desdibujado con rapidez, tan pronto como se han podido constatar los efectos de los descalabros de los dos principales socios anteriores (IU y ERC). El Gobierno empieza a darse cuenta de lo que es –o puede ser– encontrarle sólo en el Parlamento, y sin mayoría suficiente, en unas circunstancias nuevas, en las que el PP está dejando de ser el partido “apestado”, con el que nadie quería estar ni coincidir.
Por otro lado, la debilidad social empieza a mostrar flancos hasta ahora apenas considerados, sobre todo en el campo de la comunicación, al tiempo que la celebración de un Congreso “plano”, con mayorías del 100%, apenas ha tenido efectos reequilibradores en la opinión pública.
De manera específica, las duras críticas vertidas desde las páginas de El País y desde la Cadena SER pueden tener un efecto erosivo adicional, en la medida que se dirigen a una audiencia muy próxima al PSOE y en la medida, también, que están tocando aspectos a los que es muy sensible el electorado socialista. Todo esto se complica con una crisis económica que tiende a enredarse y a la que no se ha sabido hacer frente con claridad y firmeza desde el principio; lo cual ha dado lugar, primero, a reacciones de sorpresa –por lo ingenuo de los debates semánticos “negacionistas”– y después a un cierto clima de falta de confianza y de seguridad.
A más de uno le parecerá –con razón– que lo que está ocurriendo es un poco injusto y que no es verdad que las cosas se estén haciendo tan mal –sobre todo comparativamente–, pero a veces se producen conjunciones de circunstancias negativas que tienden a producir desgastes políticos prematuros e imprevistos. Hasta ahora, los datos de las encuestas revelan que el desgaste del Gobierno no es muy importante, pero lo cierto es que distintas variables están jugando negativamente, incluso más allá de la objetividad social y política.
Mientras tanto, un buen número de ciudadanos permanecen a la expectativa, deseosos de medidas, iniciativas y análisis capaces de restablecer la confianza que resulta necesaria para hacer frente a condiciones de dificultad económica como las actuales. Para lo cual no es buena la imagen de un gobierno que está solo en el Parlamento y que es duramente criticado por casi todos los medios de comunicación social.