No era fácil ofrecer algo distinto al extenso directorio de títulos del cine bélico, pero el director chino Lu Chuan lo logra con un resultado más que satisfactorio.
Muchos pensábamos que tras las grandes obras del cine de este género, como “Senderos de gloria” de Kubrick (1957), “Apocalypse Now” de Coppola (1979), o las dos obras maestras de Spielberg en los años noventa, “La lista de Schindler” y “Salvar al soldado Ryan”, ya nunca se rodaría algo que pudiera igualarlas. Pero Roman Polanski nos sorprendió con “La delgada línea roja” (1998) y “El pianista” (2003).
Siempre la guerra y sus horrores, han sido una temática muy prolífica para la creación audiovisual. Y el realizador chino también ha querido aportar su grano de arena, echando mano de la historia de su país. El argumento de esta película es la guerra de China con Japón en 1937. Tras la caída de Beijing y Shanghai, las tropas japonesas llegan a las puertas de Nanking, la capital. Después de semanas de bombardeos los oficiales locales y extranjeros han huido de la ciudad en ruinas. Kadokawa, un silencioso y romántico soldado japonés, observa la brutalidad de la guerra, incapaz de impedir sus acciones. Nanking se está convirtiendo en un infierno. Todos se esfuerzan en sobrevivir en una ciudad donde la muerte es más fácil que la vida.
El film construye un mosaico con personajes de los dos bandos reflejando la tragedia de la guerra, la ausencia de rasgos de humanidad y una crueldad que arrastra irremediablemente a los individuos a cometer las más impensables atrocidades. En su relato no cae en el panfleto político, se limita a narrar acontecimientos con dureza y mucha elegancia visual, eso sí, en blanco y negro.
“Ciudad de vida y muerte” es escalofriante, conmociona al espectador. Es buen cine en las formas y su contenido. Sirva como ejemplo de lo que digo el impresionante y doloroso momento en el que cien mujeres deberán prostituirse entre el ejército japonés para que éste suministre víveres a la población china, o el plano final desenfocado de un niño que no sabemos bien si ríe o llora. Es, en esta secuencia final, donde como una metáfora de la vida se desgranan conclusiones distintas de lo acontecido a tres protagonistas de esta deleznable historia; la felicidad explosiva de un inocente niño que considera acabado este horror, el soldado chino que sobrevive, que no se lo creé y quiere olvidar para vivir, y el soldado japonés Kadokawa que no lo soporta y se suicida.
Una tragedia llevada a la gran pantalla con maestría que la convierte en una obra maestra del cine bélico.