Para muchos ciudadanos y, sobre todo, los agentes sociales educativos, la posibilidad de que hubiera habido un Pacto de Estado generó muchas esperanzas. Suponía cerrar definitivamente la controversia sobre modelos educativos; el tira y afloja político que sacude las estructuras pedagógicas; y ofrecer confianza a los docentes, que son, al fin y al cabo, la piedra angular de la Educación. También algunos, entre los que me encuentro, éramos escépticos a que el Pacto pudiera producirse. Es más, hubiéramos elevado “a los altares” de superhombre al Ministro Ángel Gabilondo.

Mi sincero respeto y admiración por un ministro que tiene las ideas tan firmes y claras sobre las debilidades del sistema educativo y sus soluciones, que tiene la virtud incansable del diálogo, y la solidez argumental que respalda la sabiduría. Pero las cartas del juego estaban marcadas. No era el bien de España, ni de la Educación, ni de los jóvenes, la primera preocupación del PP; sé que es un argumento hiriente y que tienen todo el derecho a defender una visión diferente; el problema es que hace mucho que su dinámica de oposición política, incluso en las Autonomías donde gobiernan, es la destrucción del Gobierno de Zapatero, cueste lo que cueste. Así es imposible razonar, dialogar, consensuar y buscar mínimos puntos de acuerdo.

Si Kant levantara la cabeza, pensaría que en España se habla a dos velocidades diferentes, o con dos idiomas distintos, o en dos conversaciones divergentes. Y le resultaría complicado establecer los mínimos necesarios para un discurso racional.

Mientras, el curso escolar en España tiene peculiaridades diferentes o resultados escolares distintos dependiendo de la Autonomía, o dependiendo del partido que gobierne, o incluso a veces, dependiendo del interés de su gobernante. Eso ocurre en la Comunidad Valenciana, famosa en todos los informativos por los llamativos escándalos de corrupción: Gürtel, Fabra, Brugal, Ripoll, Costa, … y Camps. Si el PP valenciano siguiera el consejo del PP nacional en Baleares de no poner imputados en las listas, se haría una renovación instantánea de sus cargos.

Los valencianos encabezamos el fracaso escolar con un 40%. Una cifra que me hace temblar cada vez que recapacito y pienso que cuatro de cada diez niños no acaban sus estudios. Y si luego lo asocio con que el 64% del desempleo juvenil valenciano corresponde a chicos/as con sólo estudios primarios, me angustia. Aunque parece que sólo nos angustia a algunos, pues el gobierno del PP tiene preocupaciones judiciales de mayor envergadura. Pero las consecuencias de una política errónea durante una década son muy grandes: el dinero y despilfarro en fastos, eventos y boatos de gente con glamour, simplemente llamaron a sinvergüenzas para hacerse ricos, mientras que el conjunto de los valencianos es hoy un 8% más pobre que en el año 2000.

Que no le preocupe a Camps que la herencia de su gobierno sea el mayor fracaso escolar y los déficits más altos de toda España en educación, me indigna pero lo asumo porque forma parte de la mediocridad política. Ahora bien, ¿es consciente la sociedad valenciana del grado de responsabilidad que eso supone? ¿es consciente de la pérdida de oportunidades de la generación futura? ¿sabe lo que significa que nuestros jóvenes cojeen educativamente? Lo más preocupante, en mi opinión, es que si la sociedad lo silencia, lo admite o lo asume, es porque la gestión del PP ha conseguido modificar los valores de la sociedad. El otro día, en un programa de televisión juvenil dedicado a niños/as, escuche a un torpe presentador, que iba a entrevistar a una cantante, fanfarronear con una maleta de dinero falso diciendo: “conseguiré la entrevista porque todo el mundo tiene un precio”.

Por el camino, hemos empezado a confundir los significados de las palabras. Tener valor o precio no es lo mismo; como tampoco es lo mismo “tolerancia” que “pasotismo”; o parece que no importa ser corrupto sino que “no te pillen con las manos en la masa”. Como también hemos confundido “la profesión” y la “vocación”, burocratizando ambos términos.

Esa claridad de conceptos la saben bien los docentes. El profesor/a es, sin ninguna duda, el corazón de un sistema educativo. Si él no se siente útil, responsable, capaz, reconocido, apoyado, al final la vocación acaba diluyéndose como un azucarillo.

Y lo mismo está ocurriendo en política. A veces ver las ruedas de prensa, escuchar las declaraciones ingeniosas, la estratagema malévola para dañar al contrario, las verdades a medias para no decir e insinuar lo peligroso, rayar lo insultante, o no asumir las responsabilidades políticas y éticas cuando se trata de corrupción (el principal enemigo de la Democracia), es perder la vocación de la profesión, y convertir en una farsa mediática todo lo que se toca.

No corren buenos tiempos para la lírica, como dirían algunos. Ni para la Pedagogía. Ni para la Razón. Ni para la Ética. ¡Pues tarea de la Izquierda será hacer que los tiempos cambien!