Pero esta vez, sus declaraciones en el programa El Objetivo han despertado estupor y, en mi opinión, han sido desafortunadas y equivocadas. Y lo digo desde una posición de admiración y respeto, considerando que es uno de los mejores políticos del siglo XX.

Desafortunadas porque no era necesario que, en el inicio de la campaña electoral, generara tal polémica, sobre todo, poniendo en una difícil situación al partido socialista. Quiero pensar que esta vez no ha medido estratégicamente las consecuencias y se ha dejado llevar por la sinceridad, lo que ha resultado muy torpe. Y, si efectivamente se ha dejado llevar por una sinceridad “ingenua” o porque se puede permitir decir lo que quiera, entonces, de nuevo según mi opinión, está completamente equivocado.

La operación “Salvar a España” no puede surgir de una coalición PP-PSOE, porque lo que muchos pensamos es que se necesita cambiar radicalmente todo lo que ha provocado esta situación de crisis: el sistema electoral, la menguante credibilidad de la representación de los partidos políticos, un bipartidismo que se está demostrando insano e ineficaz para limpiar las estructuras públicas, y sobre todo, el funcionamiento interno de unos partidos convertidos en verdaderas máquinas de fidelizar lealtades como sea y a cambio de lo que sea.

La crisis económica que estamos sufriendo va más allá de la Macroeconomía, las deudas, los derroches, los despilfarros y sobrecostes, el lujo desmedido y obsceno, e incluso, la corruptela y la corrupción que han vaciado los bolsillos de las arcas públicas, han contaminado las estructuras sociales, han minado la credibilidad política, y han ensuciado la moralidad social.

Hemos construido sociedades cuya cultura de valores es parte del problema de la corrupción que nos rodea. Nuestro éxito individual se mide continuamente por la riqueza económica: es lineal. No es la inteligencia, ni el esfuerzo, ni el buen trabajo, ni la bondad y la honestidad, ni la sencillez y la honradez, los valores que se premian y se recompensan. Es el lujo, el dinero, la avaricia, la codicia, el engaño, la riqueza fácil e ilimitada la que se premia socialmente, incluso la fama más sorprendente de personajes sin ningún mérito reconocido. La corrupción se castiga cuando se conoce de forma descarada y descarnada: cuando a uno lo han pillado con las manos en la masa reiteradamente, y a veces, ni siquiera así se asume la responsabilidad política. La presunción de inocencia ha pasado de ser un derecho civil a convertirse en un escudo que protege descaradamente el delito.

El lujo desproporcionado, las cuentas en paraísos fiscales, el dinero negro, las comisiones ilegales, comprar obras de arte desproporcionadas, tener los cuartos de baño de oro, y un sinfín de excentricidades ventiladas en los medios de comunicación con un cierto regusto de admiración no es vivir bien, no es tener cubiertas las necesidades, incluso las del ocio y el disfrute. Eso no es la sociedad del bienestar, sencillamente es una desvergüenza. Pero seguimos sin poner límites a la especulación, a los contratos multimillonarios de personajes famosos, a multiplicar sueldos y prejubilaciones, a pagar en televisión por zánganos que no trabajan, a crear un mundo de lujo inalcanzable para los ciudadanos normales. Ante eso, la indiferencia que ha mostrado durante años la ciudadanía resultó demoledora, porque se convirtió en la mayor impunidad para la inmoralidad, en algunos casos refrendada en las urnas.

Los ciudadanos no sólo tienen derechos, también tienen responsabilidades. En este caso, la indignación es un elemento de responsabilidad.

Se celebran tres años del movimiento 15-M, un movimiento que se llevó por delante las posibilidades electorales del PSOE, y que fue el despertar ciudadano, la indignación producida ante el engaño de los círculos de poder políticos, económicos y mediáticos que permitieron aberraciones como la estafa bancaria de guante blanco que ha arruinado a miles de españoles en primera instancia, y, en segundo lugar, a todos los ciudadanos que lo hemos pagado con la pérdida del puesto de empleo y con impuestos para pagar las ilegalidades y la corrupción en vez de aumentar la educación y la sanidad.

Eso no puede ser objeto de consenso ni de acuerdo ni de alianza.

Tres años después, todavía no se han puesto soluciones para que no vuelva a ocurrir lo que estamos viviendo, no hay medidas para generar empleo, no hay devolución a los ciudadanos por sus sacrificios, y muchos son los que malviven sin techo, sin comida, sin trabajo.

Por eso dirá Felipe que es necesario unir fuerzas para sacar adelante estos problemas. Y tiene razón que hay que unir fuerzas, pero no como él plantea ni con quien él plantea. No se puede salir del barro sin salir manchado. Y o se limpia primero y se castiga a quienes han permitido que esto ocurra, ¡¡caiga quien caiga!!, y se ponen medidas para que no vuelva a ocurrir, o no saldremos del barro, simplemente seguiremos chapoteando en él, pero conseguirán salvarse subiendo a nuestros hombros aquellos que produjeron estas vergüenzas.

Cuando oigo a Felipe con la consigna “Salvar España”, en un momento donde aún no se ha tocado fondo, donde mucha gente no puede sencillamente comer, donde el desespero por encontrar trabajo es angustioso, donde se han perdido derechos sociales y laborales a capazos, y en cambio todo parece que siga igual, y no hay ni siquiera propósito de enmienda ni reconocimiento de los errores cometidos, creo que no se ha aprendido nada.

Una alianza entre PP-PSOE dejaría huérfanos ideológicamente a muchísimas personas de izquierdas, progresistas, socialdemócratas, a una inmensa mayoría de ciudadanos que siguen creyendo en la alternativa socialista. Porque una alianza así dejaría sin opción de alternativa a la construcción europea que se está realizando; dejaría sin rival al conservadurismo que, desde los años 80, ha ido minando los valores democráticos del Estado de Bienestar hasta convertirlo en una simple maquinaria ineficaz y costosa.

No es cierto que las cosas no se puedan hacer de otra manera, no es verdad que las formas políticas correctas sean las que estamos viendo de atrincheramiento y defensa a ultranza frente al ciudadano. Si hay algo de lo que continuamente se le acusa al PSOE es de parecerse demasiado al PP en sus acciones y su forma de entender el poder. Las declaraciones de Felipe constituyen una apuesta por el pragmatismo a ultranza, sabiendo que estamos atravesando una situación desesperada, pero no es pragmatismo lo que necesitamos como flotador para no ahogarnos, sino ideología y valores. Necesitamos una alternativa, como la que supuso el movimiento obrero en los inicios del capitalismo y la revolución industrial o como supuso la apuesta política por el Estado de Bienestar o el socialismo español en el año 82.

Espero sinceramente que la opinión de Felipe, esta vez, no sea la opinión del PSOE.

Hoy más que nunca la regeneración y el cambio del socialismo pasa por cambiar las estructuras, incluso, las de pensamiento que impiden edificar una nueva forma de hacer una política social alternativa.