España ha vivido durante años, y todavía colea en cada una de las leyes que aprueba el Parlamento, la fuerte presencia de la Iglesia Católica reclamando su espacio público. En los actos civiles y políticos se confunde lo social y lo religioso; en la escuela, la Iglesia exige tener su asignatura, su profesorado, y sus creencias presentes en la formación de los valores; la Iglesia quiere ejercer el derecho al voto en leyes constitucionales que ella rechaza como el matrimonio homosexual o la interrupción del embarazo.
El conflicto que el Estado y la Iglesia Católica viven continuamente es de definición del espacio público. Porque, en el espacio público y no en el privado, es donde la Religión entiende que gana feligreses y que gana la batalla de sus “valores”. Por eso, no se conforma con que cada persona crea en lo que quiera, sin hacer imposición de sus creencias. El objetivo de las religiones, que además se consideran en posesión de la Verdad, es convencer a todo el mundo. Por eso, no entienden que el laicismo sea un espacio de libertad, sino que sea un espacio anti-religión. Pero, cuando la Iglesia Católica quiere imponer sus criterios, no sólo a los católicos, sino a todos los ciudadanos, ¿no es invadir la libertad individual de cada uno, además de la colectiva como ciudadanos?
Ahora, vemos la misma historia reproducida con la religión musulmana.
exigencias más impondrá la religión musulmana al Estado. Las comidas en los colegios; el derecho a que sus hijos/as estudien también la religión musulmana en el espacio público; el derecho a que los actos civiles también tengan representación musulmana; la poligamia; la diferencia civil entre hombres y mujeres.
A riesgo de que me acusen de intolerante, exijo un Estado Laico, que garantice, sobre todo, la neutralidad del espacio educativo para niños y niñas. En mi opinión, el “espacio público” que debe quedar como “tierra de todos” es la legislación y la escuela. Y cada uno, será libre para casarse o no con quien quiera, compartir sus creencias o hacer uso de los derechos aprobados.
La chica se sentirá completamente libre de llevar en su cabeza un hiyab. Quizás lo crea, y a lo mejor lo sea (como siempre, tengo dudas en cuanto a la libertad de los menores, y también de los mayores). No me importa que los jóvenes lleven gorras; pelos rojos y en punta; pantalones medio caídos que demuestran una falta de estética pero ellos se ven guapos, modernos y rebeldes; ni siquiera, me importa que cubran sus cabezas con pañuelos: siempre y cuando no tenga ninguna simbología. La pregunta es: ¿detrás del pañuelo, qué más exigencias marca la religión? Quien quiere exhibir públicamente el hiyab es porque considera que su individualidad se manifiesta en primer lugar por su condición de musulmana por encima de la de ciudadana; al igual que lo hace una monja o un sacerdote cuando exhibe sus hábitos para demostrar que antes es la fe católica que la legislación civil.
Aunque parezca sectaria, intolerante, fundamentalista, de cultura prepotentemente europea, y que quiero imponer el laicismo, la única forma de garantizar la libertad es “no contaminar” el ambiente educativo con expresiones religiosas públicas. Pero, ¿son públicas las que proceden de una expresión individual? ¿dónde limitamos el derecho de cada uno a ejercer públicamente su libertad?
Hay otra reflexión que no se suele considerar. Las religiones se han convertido en una definición de identidad, de nacionalismo cultural, de sentido de propiedad, de identificar a los “propios”, lo que dificulta la integración en una sociedad común de valores compartidos, y la conquista de una ciudadanía universal de derechos comunes. La espiral de confrontación entre religiones exigiendo espacios, derechos, inversiones, es imparable. No deseo que, quienes vienen de fuera, renuncien a nada, pero tampoco que pretendan reproducir su espacio “nacional-religioso”, porque ha costado mucho, y aún queda por superar, desprenderse de la “imposición política, social y educativa” de nuestra propia religión.
Conquistar los Derechos Humanos actuales, la igualdad entre hombre y mujer, la libertad de pensamiento y creencia, la razón sobre la fe, la separación de poderes entre Estado e Iglesia, ha costado miles de años. Pero se ha conseguido que los Derechos Humanos se hayan convertido en el filtro básico y primario por el que toda religión, cultura, derechos colectivos, nacionalismos, o tradición debe responder. También la musulmana.
Como sé que resulta difícil llegar a un acuerdo en competencias de derechos, pido que se libre a los colegios de ese conflicto. El ámbito educativo no puede enseñar todas y cada una de las religiones para defender el derecho individual, porque la única manera de garantizar que no exista proselitismo es “neutralizar” la educación, que sea civil en valores. Mi única defensa ante la acusación de “intolerante” es que tampoco estoy a favor de las clases de religión en el colegio en horario lectivo. El Estado no puede doblegarse a las exigencias religiosas (colegios católicos o musulmanes, enseñanzas separadas entre chicas y chicos, diferenciación de valores), porque antes que creyentes somos ciudadanos. Y si alguien piensa que es al contrario, y cree que sus creencias religiosas pueden marcar la legislación estatal y los valores cívicos, entonces es que el hiyab como el crucifijo sí significan algo más que una creencia personal: significa una intromisión en las competencias del Estado.