La investidura de Patxi López es la consecuencia de algunas obsesiones y de algunos procesos reflexivos encadenados. El mundo nacionalista se obsesionó en una dirección equivocada porque el siglo XXI no permite que una región europea como Euskadi, caprichosamente, plantee un proceso irracional de secesión, disfrazado de soberanismo. Todos los vascos lo saben o presienten menos el lehendakari que les ha venido gobernando. La obstinación de Ibarretxe ha sido el empujón definitivo para que las fuerzas no nacionalistas se hayan puesto de acuerdo. El mundo “abertzale”, -igualmente nacionalista aunque tan “patriota” que se ha mostrado dispuesto a matar o a transigir a los matones-, también se obsesionó: su tozudez le llevó al ostracismo de la ilegalidad. En suma, dos obsesiones encadenadas muy contraproducentes para el nacionalismo.

Frenta a ellas, un socialismo liderado por un hombre nada espectacular, que ha sido capaz de conseguir duplicar sus escaños en el Parlamento Vasco en 8 años mediante una estrategia no demasiado ambiciosa pero profundamente humana y humanista. El socialismo vasco, de su mano, ha pasado a ocupar el centro que antes ocupaba el nacionalismo. No le bastaban a Patxi López la sola fuerza de los suyos y ha acudido el PP en su auxilio, por tanto, también el PP vasco ha reflexionado con juicio aunque, ¿le quedaba al PP (y al PSE) alguna salida diferente ante la obstinación nacionalista? Encadenando obsesiones erróneas por un lado, y reflexiones acertadas por el otro, Patxi López ya es el Lehendakari de los vascos.