Ahora, pasadas las primeras impresiones y sobresaltos, los poderes dominantes están intentando difuminar y relativizar los análisis, con la finalidad de evitar que se cuestione el modelo establecido, sobre todo en lo que tiene de distribución asimétrica de los recursos, la riqueza y el poder.

El peligro que se corre, si tiene éxito tal intento, es que nos quedemos prácticamente como estábamos y que determinadas situaciones catastróficas no se corrijan, de forma que ahora se logre salir del paso, mal que bien, con algunos parches de urgencia y que, en poco tiempo, las cosas vuelvan a empeorar de manera más explosiva y peligrosa. No hace falta ser un lince para entender que, si esto ocurre, la segunda parte de la Gran Crisis del siglo XXI tendrá consecuencias tan devastadoras y dislocadoras como la Gran Depresión del siglo XX, con todo su corolario de inestabilidades sociales, políticas y laborales y su terrible carga de destrucciones y aberraciones humanas.

Por lo tanto, es preciso entender que no estamos ante dilemas pequeños y triviales y que todos debemos contribuir en la medida de nuestras posibilidades a propiciar los análisis de fondo que nos ayuden a acometer aquellas rectificaciones que puedan facilitar salidas ordenadas, positivas y estabilizadoras de la actual situación.

Una de las principales rectificaciones de fondo que es necesario acometer es lograr una evolución desde un modelo desequilibrado e insostenible de consumo hacia patrones de consumo más inteligentes y aquilatados.

El modelo de consumo que se ha seguido durante las últimas décadas del siglo XX ha sido enormemente derrochador y asimétrico. Ha sido un modelo pensado básicamente para, y desde, los países más ricos. Un modelo que resultaría imposible extender a todos los habitantes del Planeta, por la simple razón de que la huella ecológica que produce el consumo de un norteamericano o un europeo medio requeriría, al menos, de una superficie equivalente a tres o cuatro Planetas como la Tierra. Es decir, en estos momentos, tal como están organizadas las cosas, para que unos pocos podamos vivir muy bien es necesario que muchos vivan muy mal, ya que no hay posibilidades de extender para todos los actuales niveles de consumo de los países más ricos, por la simple razón de que no hay tantos recursos en este Planeta. Esto supone que las desigualdades internacionales y el hambre y la miseria de casi una cuarta parte de la humanidad son un requisito funcional para la opulencia en la que vivimos una minoría de los habitantes de los países ricos de la Tierra. Todo ello sin considerar las grandes desigualdades internas que se producen también en los países ricos. Por lo tanto, estamos ante desigualdades en el consumo que son globalmente disfuncionales, socialmente insostenibles y políticamente injustificables.

La situación global a la que se ha llegado supone que la actual lógica general del consumo falla en sus supuestos originarios y que es necesario plantear nuevos modelos de consumo más inteligentes y funcionales.

Frente a los viejos modelos de consumo, propios de las últimas décadas del siglo XX, en los que prevalecía la cantidad, el tamaño (“caballo grande, ande o no ande”) y una proclividad hacia lo ostentoso, propia de nuevos ricos, en el siglo XXI se necesitan modelos de consumo más inteligentes, en los que prevalezca la calidad y las utilidades aquilatables (“lo pequeño es bello” y funcional). Asimismo, frente a los derroches energéticos prácticamente sin control (grandes coches y grandes equipamientos de alto consumo) y a los desbordamientos de una publicidad intensiva y recurrente, se debe imponer la lógica de los ahorros energéticos (coches pequeños, aprovechamiento inteligente de los espacios, tecnologías limpias y ahorradoras, etc.) y las publicidades selectivas y apropiadamente informativas, que permitan ahorrar los excesivos sobrecostes publicitarios incorporados al precio de muchos productos, que, además, al final resultan escasamente útiles debido a las enormes saturaciones publicitarias que se han alcanzado.

En definitiva, para ayudar a salir de la crisis y para avanzar hacia nuevos modelos económicos más sostenibles y ajustados, hay que reequilibrar globalmente los consumos, hay que racionalizar costes y utilidades, hay que potenciar la incorporación de nuevos países y personas a niveles razonables de consumo, hay que reducir los derroches y los excesos y, sobre todo, hay que evolucionar desde mentalidades de consumo propias de “nuevos ricos” a enfoques y conductas propias de usuarios inteligentes y calculadores.