No es un logro simplista. Es el gran logro.

Nuestros procesos educativos individuales surgen de la sociedad en la que vivimos y de la cultura que aceptamos. Y modificar lo “social y políticamente correcto” es la gran revolución que cuesta centenares de años en hacerse realidad, muchas heroínas (y algunos héroes) por el camino, mucha incomprensión social ante las decisiones individuales que han ido contracorriente, mucha presión ejercida por grupos, colectivos y asociaciones que han ofrecido su esfuerzo para conquistar derechos universales.

Ya hemos conseguido leyes que amparen y protejan a las mujeres víctimas de violencia de género; ya hemos conseguido que las escuelas eduquen como iguales a niños y niñas; ya hemos conseguido que los medios de comunicación se hagan eco de tales brutalidades; ya hemos conseguido que judicialmente exista una mejor respuesta; ya hemos conseguido que todas las administraciones sin distinción ni color político estén sensibilizados ante tales delitos; ya hemos conseguido lo más importante: que no exista ni hombre ni mujer que lo justifique.

Atrás hemos dejado la invisibilidad de mujeres históricamente importantes por sus papeles relevantes en cualquier ámbito que han vivido ocultas y silenciadas, hasta falsificando sus nombres femeninos, porque no podían hablar en voz alta.

Atrás hemos dejado la sumisión y sometimiento de la mujer que pasaba de la autoridad paterna a la marital.

Atrás hemos dejado las risas y burlas ante los chistes machistas que nos acompañaban para divertirnos sin percatarnos de su brutalidad. Atrás dejamos las justificaciones que decían “la maté porque era mía”.

Ése es el gran logro que no podemos poner en peligro. Porque la botella está medio llena: ¡pero hay que llenarla!

Aún queda luchar contra las religiones y culturas que se niegan a pasar por el filtro de los derechos antes de ser aplicadas.

Aún queda luchar contra las mujeres que asumen que su libertad está oculta bajo un burka porque así están protegidas de la violencia permitida del machismo.

Aún queda luchar contra la femenización de la pobreza que se extiende como el cáncer de las nuevas “infraclases” sociales.

Aún queda luchar contra la utilización burda de la mujer como objeto de márketing publicitario.

Aún queda luchar contra las mafias que encuentran en las mujeres, las jóvenes y, cobardemente, las niñas el oscuro objeto de deseo para desde la explotación y prostitución amasar inmensas fortunas de dinero sucio, blanqueado en los paraísos fiscales.

Y aún queda no permitir que existan “cantamañas” que, bajo el nombre de periodistas o comunicadores, gastan bromas y chistes de mal gusto, presumiendo en público y privado de una hombría indecente y cobarde que sólo nos hace rechinar los dientes, apretar los puños, y saber que la conquista de derechos siempre es frágil. Aún quedan bárbaros y maleducados que salen en televisión, escriben en los periódicos, crean opinión, y cobran por ello sin ser penalizados por las consecuencias de sus declaraciones.

El 25 de noviembre fue el día cuando recordamos, trabajamos, luchamos, y seguimos con la brújula en la mano para dar pasos en la discriminación más antigua de los tiempos: la violencia contra la mujer por el simple hecho de serlo.