Pondré ejemplos simples. Una familia cohesionada en la que sus miembros cooperan entre sí (se ayudan para tener la casa en orden, se apoyan en sus respectivos proyectos, se turnan para proveerse de alimentos, se arropan cuando es necesario,…y lo más importante comparten lo que tienen) tiene muchas más posibilidades de vivir en armonía y desarrollarse adecuadamente que si cada miembro camina por su cuenta.

De la misma manera, hay proyectos ambiciosos que se han puesto en marcha y funcionan gracias a la cooperación. La Unión Europea es un buen ejemplo de cooperación a lo grande -entre Estados- empeñados todos ellos en unos cuantos objetivos comunes determinados para beneficiarse mutuamente. En la medida en que el proyecto se siga basando en una cooperación sana, lo más cohesionada e igualitaria posible, funcionará. Por el contrario -y como tristemente está comenzando a pasar-, si se deja de pensar en los beneficios sociales del conjunto y se comienzan a proyectar políticas favorecedoras de la apropiación y los beneficios privativos de unos pocos muy poderosos, se descenderá por una pendiente que conduce a un lugar en el que la sociedad europea ya ha estado. Lo mismo sucede con los llamados Estados sociales de derecho, como el español, en la medida en que seamos capaces de cooperar entre todos y exigir la eficiencia y la eficacia de los servicios públicos que hemos construido entre todos, se funcionará mejor.

Hay muchas maneras sociales de cooperar, desde pagar impuestos (las fórmulas de imposición progresiva y suficiencia se han demostrado necesarias para poder costear los beneficios de la mayoría, invirtiendo llamado “salario social”: sanidad, educación, pensiones, etc.) hasta no derrochar, que las existencias de la Tierra son finitas.

Sin embargo, se camina en la dirección contraria. La derecha neoliberal empuja y nos quiere obligar a “aprender” sobre los beneficios de la competitividad. Pretender hacer de ésta el objetivo primordial de cualquier empresa o proyecto público que se emprenda es una manera de aniquilación social que está mostrándose muy eficaz. Permitir que la salud, la educación o las pensiones se conviertan en negocios lucrativos y competitivos -como está sucediendo en las Comunidades Autónomas que gobierna la derecha en España- es apostar por un modelo cuyo valor social no es precisamente el de la solidaridad. Es abrazar un modelo en el que puede que individuos aislados se beneficien grandemente de su propio éxito, pero también se encuentran muy solos ante la adversidad, y en muchas ocasiones el precio es demasiado alto.

Cuando se abrazan patrones basados en el estatus y el éxito personal de pura individualidad, dejando en el olvido nuestras responsabilidades sociales, el conjunto del progreso y los avances conseguidos para todos mueren un poco cada día.

Por eso creo que la izquierda debe seguir cultivando el valor de la solidaridad, haciendo de la cooperación un vehículo social para que prosperen todos los ciudadanos.