“Es la novela de Echenoz que debería definitivamente convertirlo en un narrador de enorme difusión, pues el prestigio ya lo tiene desde antes de ganar el Goncourt en 1999 con Me voy” (Javier Aparicio Maydeu, El País).

“Su prosa ha sido siempre de una velocidad endiablada y aventurera… En Correr nos reencontramos con la ya clásica voz narrativa de Echenoz, irónica, divertidísima, y tan cercana que a ratos parece oral… Está escribiendo mejor que nunca”

(Nadal Suau, El Mundo).

“Amante de las vidas ejemplares y memorables, Echenoz firma con Correr la segunda entrega de una trilogía que arrancó de la mano del compositor Maurice Ravel y echará el cierre, entre rayos y centellas, con Nikola Tesla”

(David Morán, ABC)

“Como hizo en Ravel, Echenoz elige un personaje atractivo y relata en tercera persona y en presente sus vicisitudes. Emil Zátopek es un hombre doblemente interesante. Como deportista fue un innovador con ideas propias, no tuvo entrenador e inventó el sprint final y un sistema de preparación física que potenciaba la resistencia… Su fama fue apoteósica y muy prolongada: cuenta Jean Echenoz que cuando lo condenaron al ostracismo y lo emplearon como basurero, seguía arrancando de quienes le reconocían las ovaciones más entusiastas. Su vida, desde luego, merece, por lo menos, un libro”

(Fátima Uribarri, La Gaceta de los Negocios).

“Entre la verdad y la ficción, el autor de Me voy monta un metraje verosímil y apasionante” (Peio H. Riaño, Público).

El sociólogo e ingeniero francés Jean Echenoz posee una larga trayectoria como novelista. Considerado como la mayor esperanza de las letras francesas y el primer autor post-nouveau roman, ha publicado catorce novelas y recibido una decena de premios literarios. Entre ellos, el Premio Médicis 1983 por Cherokee, el Premio Goncourt 1999 por Je m’en vais, así como el Premio Aristeion y el premio François Mauriac (2006), por su novela Ravel.

Novelista de lo inexplicable, admirador de Nabokov, Queneau, Flaubert y Faulkner, sus novelas suelen situarse fuera de Francia, imponiéndonos un estilo desconcertante, casi maravilloso, apartado de presiones psicológicas y de nostalgias.

Al igual en Ravel, su anterior obra, Echenoz cultiva en Correr, inspirada en la vida del atleta checo Emil Zátopek, algo que está a mitad de camino entre la biografía y la novela histórica. Estamos ante la búsqueda del personaje, pero sin convertirse en un esclavo de él. Las coincidencias no sólo son de género. Ambas obras también poseen otros elementos en común. Concretamente las cualidades de los protagonistas. Ravel y Zátopek son dos personajes a los que les unen dos concomitancias de peso: el sacrificio y el talento. Ambos fueron obstinados a contracorriente, bestias desbocadas en busca de la excelencia que ignora lo que se estila para crear un lenguaje propio, lo mismo que activa Echenoz al rendirles homenaje aunando matices pedagógicos con la sutileza de moralejas que no se van una vez cerramos el libro.

Las primeras páginas de Correr nos relatan los inicios atléticos de Zátopek en plena II Guerra Mundial. A pesar de que odiaba cualquier tipo de competición deportiva, las primeras carreras le despertaron una pasión desenfrenada por acumular kilómetros en el cuerpo en una era previa a nuestra acelerada modernidad, y Zátopek comenzó a entrenar en serio, a competir y a brillar. A partir de ese momento los triunfos se sucedieron. Zátopek pasó a ser una atleta de fama internacional, y eso que ni en el estilo ni en la estética era un deportista brillante. El pequeño eslavo políglota, calvo y poco ortodoxo, arrasará en Helsinki 1952 con su hito de vencer en los cinco mil metros, los diez mil y el Maratón, proeza acrecentada al producirse en la cuna de los mayores fondistas.

En el apogeo de su popularidad, el régimen comunista le convirtió en un instrumento de propaganda, en la manifestación expresa de que los países del telón de acero podían crear los mejores deportistas. En el relato de estos años la prosa de Echenoz brilla con más fuerza, pues su obra sirve también de denuncia de los métodos empleados por el comunismo en los años de la Guerra Fría. “Correr era lo que le daba sentido a su vida, pero también lo que se la robaba”, explica Echenoz, quien revela cómo el régimen socialista, temeroso de que el atleta decidiese “escapar” aprovechando alguna de las muchas invitaciones que recibía de la Europa occidental o de Estados Unidos, limitó sus desplazamientos y tergiversó sus declaraciones.

Cuando Dubcek inició una política aperturista en Checoslovaquia, contra las tesis de la URSS, Zátopek, ya retirado pero quizá el personaje más popular de su país, le apoyó. Y cuando las tropas soviéticas entraron en Praga, se unió a los manifestantes. Zátopek fue destituido de sus cargos en el ejército y se le prohibió vivir en Praga. Fue responsable del mantenimiento en las minas de uranio de Jáchymov y, de regreso a Praga trabajó de basurero.

Todo está contado de manera natural, franca y directa. Y el resultado es un libro original, realista, que se lee con interés gracias a que Echenoz ha elegido un personaje atrayente, sencillo y popular que define el cinismo de un régimen basado en la mentira y el desprecio a la libertad y a la dignidad humana.