Amén de algunas perlas exóticas de interpretación histórico-religiosa sobre el devenir comparado de España, en los últimos días nos hemos topado con hechos y noticias un tanto extrañas, desde la polvareda levantada por el pistolero que atentó en su día contra el Papa Juan Pablo II que ahora pretende involucrar directamente en la intentona a muy altas jerarquías vaticanas –incluso con ensayos in situ urdidos por supuestos monseñores–, hasta el sorprendente libro de memorias del otrora Presidente de la nación más poderosa de este Planeta, el inefable Bush II.
La verdad es que la acumulación de noticias sorprendentes ha llegado a ser tan intensa y tan densa que casi todos hemos acabado vacunados de espanto y apenas mantenemos alguna capacidad de asombro ante asuntos verdaderamente raros. En el caso del Vaticano, lo que ha sostenido, un tanto dislocadamente, el Papa Ratzinger en realidad no es comparativamente sino una pequeña insignificancia en medio de un alud de historias recientes en las que se mezclan muertes repentinas, y sospechosas, de Papas recién nombrados, extrañas historias de banqueros vaticanos que aparecen colgados entre las brumas de un puente londinense, miembros destacados de la Guardia vaticana que se suicidan, pistoleros que alardean de inauditas complicidades, escabrosos escándalos económicos y financieros, así como otros asuntos de índole moral y desviacional que aparecen a diario en los medios de comunicación social de casi todo el mundo. Por lo tanto, no resulta nada exagerado preguntarnos, ¿hasta dónde podrá llegar nuestra capacidad de asombro?
Pero es posible que yo sea aun un gran ingenuo, como me decían algunos cuando era joven. Pero la verdad es que el libro de memorias de Bush me ha causado una gran desazón. ¿Cómo es posible que una persona así pudiera llegar a ser Presidente de una nación tan poderosa y tan avanzada en muchos aspectos? ¿Cómo es posible que Bush pretenda convencer al público de que él estaba en contra de la Guerra de Irak y que fueron sus consejeros quienes tomaron en su día tamaña decisión? Lo que podía llevarnos a plantear: ¿quién mandaba realmente en aquellos días en la Casa Blanca? ¿Cómo permitieron unos y otros que se escaqueara el segundo mandato a quien parece que lo ganó en buena lid con mayoría de votos en Florida y otros lugares? ¿Cómo pudieron darse tales regresiones en derechos civiles y en funcionalidad democrática en aquellos turbios años?
Ahora Bush pretende justificar Guantánamo y las torturas, como si se tratara de asuntos menores. Eso sí, en nada tolerables si se aplicaran a soldados norteamericanos. Y cuando un periodista le pregunta cómo pudo hacer caso a los informes que sostenían que tales procederes no eran contrarios a la lógica del Estado de Derecho y de la Constitución norteamericana, el bueno de Bush responde que él no podía sospechar que un “poco de tortura” fuera contraria a la ley ni a los principios básicos del Derecho. ¿Qué tipo de formación y de principios tiene una persona así? Y, ¿cómo un personaje con tales rudimentos puede llegar a ocupar tan alta magistratura, con tanta capacidad de decisión?
Desde luego, no me parece que todo esto sea algo menor, sobre lo que se pueda pasar divertida y rápidamente. Ya que el problema de fondo que tales experiencias históricas plantean es el de la insuficiencia de algunos de los mecanismos que tienen las actuales sociedades nacionales –y el propio entramado internacional– para protegerse y prevenirse de este tipo de personajes; e incluso de otros peores que pudieran llegar en el futuro. De hecho, la Alemania de principios de siglo pasado era ante los ojos de sus congéneres una de las más avanzadas sociedades del mundo en lo que a cultura y civilización se refiere. Una sociedad que tenía las mejores universidades, que estaba a la vanguardia en conocimientos científicos y en capacidad de innovación, que era la cuna de los más grandes músicos y filósofos y un largo etcétera. Sin embargo, bajo las condiciones inciertas de una crisis económica tremenda y de otros efectos políticos y militares, aquella gran nación pasó en poco tiempo de las cumbres de la civilización a las sendas de la barbarie. ¿Cómo fue posible aquella mutación tan brutal y rápida? ¿Podría suceder lo mismo en el futuro en otras sociedades avanzadas de nuestra época? ¿Con qué efectos y consecuencias?
Las explicaciones justificativas del Presidente Bush, aun en su aparente ingenuidad y, sobre todo, con sus dosis de cinismo, debieran servirnos para pararnos a pensar sobre estas hipótesis y posibilidades. Desde luego, el libro de Bush debiera dejarnos bastante preocupados.