En Grecia tienen un jefe de gobierno recién elegido que no está –o estaba– “quemado” y que había obtenido un amplio respaldo en las urnas. Pero, aun así, el modelo de salida de la crisis que se ha impuesto ha conducido a un notable grado de disenso político y a una confrontación bastante dura con los sindicatos y los sectores sociales más perjudicados por las medidas económicas. Y esto, lógicamente, se ha traducido en una conflictualización del clima social que no es, precisamente, lo mejor para animar a los inversores internos y externos y para garantizar los niveles más apropiados de estabilidad y confianza.
El problema es que los que nos metieron en la actual crisis, con sus modelos desequilibradores, apenas consideran en sus análisis las variables sociales y políticas y operan como si la economía sólo consistiera en una cuestión de cifras, y como si los sindicatos y las personas afectadas no tuvieran nada que decir ni hacer. Por ello, la obsesión de algunos es acabar con los sindicatos como sea y cuanto antes, dejándolos secos de recursos, de delegados y de capacidad de negociación e interlocución.
¿Cómo es posible que a estas alturas no se entienda que los recortes sociales duros y las medidas que hacen sangre acaban produciendo reacciones de protesta y malestar? ¿Cómo se puede pedir adhesiones ciegas a medidas que previamente no han sido consensuadas y, a veces, ni siquiera explicadas ni matizadas?
Personalmente he de confesar que, no sé si por razones de formación o de edad, a mí me gustaría que la gran mayoría de los españoles fueran –fuéramos– capaces de entender que estamos en una situación económica delicada y que durante los últimos años hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que ahora todos tenemos que hacer un esfuerzo para ajustarnos a las exigencias del momento. Precisamente pensaba en esto el otro día, viendo el partido del Atlético de Madrid en Hamburgo, cuando el volumen del sonido de la televisión permitía comprobar que la afición rojiblanca reaccionaba con un redoblado esfuerzo de respaldo a su equipo, precisamente, cuando acababa de encajar el gol del empate. Es decir, frente a la adversidad más entusiasmo en el apoyo.
Si en España fuéramos capaces de incorporar este espíritu a la situación política y económica seguro que las cosas tenderían a ir mucho mejor. Pero, para ello, es preciso tener voluntad de implicar más a todos, es necesario hablar y pactar más, es conveniente dedicar más tiempo y esfuerzo a explicar y contrastar con unos y otros –también con los propios– las cosas que se deben y se pueden hacer, meditando y aquilatando bien las medidas y propuestas, con el máximo rigor y profundidad posible. Y si esto no se hace, no hay que sorprenderse de que cunda el escepticismo, e incluso que se generen reacciones de protesta y desafección por parte, no sólo de quienes se sienten peor tratados en las estrategias de salida de la crisis o que piensan que son preteridos, sino también por parte de aquellos que consideran que las cosas no se hacen bien, o con suficiente sentido de los equilibrios y de las necesidades objetivas de las personas concretas.
Al final, las políticas insuficientemente consensuadas y explicadas acaban produciendo otros costes sociales y políticos añadidos, que también inciden muy negativamente en la situación económica y en las posibilidades de salida de la crisis.