Repartir es el leitmotiv de cualquier política que busque la justicia social, desde los proyectos socialistas hasta el catolicismo progresista. En nuestros tiempos es también una finalidad que afirma la derecha pero sometiendo su realización a un nivel de crecimiento que ella estime suficiente. Cómo y en qué medida se organiza el reparto es la base de parte de los programas políticos presentados a los pueblos. Nadie se atreve a rechazar la idea. Por lo tanto, hipocresía hay.

Repartir ha sido una de las características de la sociedad socialdemócrata, término que prefiero al de socialdemocracia. En los valores socialistas que recogen los partidos socialdemócratas la economía no es todo. Las libertades, la igualdad de oportunidades, el acceso a la Sanidad, la Educación y la cultura son valores quizá más importantes. Para ilustrarlo contaré una anécdota. Corrían los últimos años de los sesenta. Un amigo mío organizó un coloquio en su casa, en Toulouse, invitando a una veintena de personas de origen y definición muy dispares para discutir de la democracia y sobre la situación en España. Me invitó. Allí también estaba el cónsul de España en la ciudad. Este señor pronunció unas palabras que se clavaron en mi memoria: “De democracia se puede hablar a partir de una renta per capita de 2000 dólares”. Toda una ideología expresada de manera tan sencilla. El crecimiento también condicionaba el reparto de libertades. Es un argumento que desde entonces he oído repetidamente, y que sitúa bien las posiciones.

También es útil recordar que para mucha gente hoy repartir no tiene nada que ver con las nociones de igualdad. El capitalismo reparte, aunque solo sea por propia seguridad para prevenir movimientos sociales brutales. Pero no pregona la igualdad. El crecimiento esta acompañado en la mayoría de las economías de un aumento espectacular de las desigualdades y de la progresión de la pobreza. No se salva nuestro país, pero menos aún el líder europeo del crecimiento, Alemania. Los mismos que cuestionan el repartir cuando falla el crecimiento, no censuran el crecimiento inmenso de unos pocos cuando la miseria invade millones de familias. Hace más de veinte años en Francia, un humorista celebre, Coluche, creó los “Comedores del corazón” para dar de comer en invierno a los más pobres. Lo que era en la época un gesto humanitario se ha convertido en una imprescindible institución ¡cuyas necesidades aumentan del 25 por ciento al año!

Nuestros ciudadanos disfrutan de derechos que creen haber recibido con el certificado de nacimiento. Deberían saber que nada es eterno si no está defendido y que el gozar de sanidad publica, de escuela publica puede del día a la mañana ser criticado, limitado, desvalorizado como cualquier subida salarial. Lo que ha puesto en marcha CIU en Cataluña después de su victoria electoral, los recortes de Cameron en Inglaterra deberían ilustrar nuestros ciudadanos sobre los proyectos callados del PP. Cuando lleguen los ataques a estos derechos tan difícilmente obtenidos, y ya estamos en ello, volver atrás resultara difícil cuando no imposible en nuestra sociedad caracterizada por un espantoso pasotismo. Ciertamente el Gobierno de Zapatero ha tomado medidas impopulares pero lo hizo obligado por amenazas muy concretas, y el PSOE no tiene vocación a seguir por ese camino. Rajoy lo hará por convicción ideológica.

Sigamos con el reparto. En nuestra sociedad hay un valor mayor que nadie niega: el trabajo. Este valor también conoce los problemas del crecimiento y del reparto. El crecimiento algo tiene que ver con la productividad y ésta, en la Historia, con el reparto del trabajo. Desde la Revolución Industrial el reparto del trabajo ha sido una de las bases de las políticas sindicales y socialistas. No es baldío recordar que así se consiguieron el descanso dominical, las vacaciones pagadas, las ocho horas diarias, la prohibición del trabajo de los niños… sin que estas ventajas sociales laborales pusieran en crisis la economía. La acompañaron cuando no provocaron su progreso como afirmaba Ford. Los socialistas franceses, después de los sindicalistas alemanes, lanzaron la idea que había que seguir repartiendo también el trabajo, y que ello estaba justificado por los progresos tecnológicos y de la productividad. Esto también en nuestra época economista parece considerarse como un error, cuando no como una falta, hasta por gente progresista. Y así se justifican políticas que proponen horas extraordinarias para aumentar los ingresos salariales cuando el paro azota la sociedad.

Hay razones muy sensatas para desligar el repartir del crecer. Desde luego, es mejor crecer para tener más tortilla que repartir. Pero aún sin crecer, y en periodo de crisis, hay que seguir repartiendo. Es la sencilla expresión de la solidaridad. Otros dirán que es pura ideología y que es demagogia proponer repartir cuando no se crece. La solidaridad no es la caridad, es otro modelo de sociedad. Se puede seguir ampliando derechos de los ciudadanos, hay mucho margen a través de la política fiscal para recuperar y distribuir algo de las enormes fortunas que se están construyendo desde tanto tiempo y que buscan la privatización global del mundo siguiendo los ideales de los Chicago Boys. Hoy se leen y se oyen afirmaciones del otro campo como éstas: “ los avances sociales comprometen el crecimiento” y lo contrario: “los recortes sociales comprometen el crecimiento”. En este doble lenguaje hay un experto: Mariano Rajoy.

Pronto tendremos elecciones generales y pronto, los socialistas van a tener su congreso. A parte del habitual catálogo de medidas prometiendo un porvenir mejor a todos y cada uno de los ciudadanos serían necesarias algunas aclaraciones y afirmaciones básicas. Por ejemplo, propongo a debate: ¿ es imposible repartir en tiempos de estancamiento económico? ¿Hay que repartir el trabajo? ¿Cómo blindar los logros sociales? ¿ Como situarse frente a la sociedad capitalista y al mundo financiero? ¿Cómo vencer la dictadura de los mercados? Y por fin, cómo convencer no solo a nuestros ciudadanos, también a los ciudadanos europeos que hoy, motivados por comprensibles inquietudes, van como rebaño dócil por las vías que el más puro y duro capitalismo permitió y fomentó en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Ese capitalismo que tuvo que tragar la sociedad socialdemócrata soñó con su desaparición y contempla con satisfacción la posibilidad de alcanzarla.