Resulta curiosa en esta historia la connivencia de los medios de comunicación y su silencio en la semana previa a las Marchas de la Dignidad. Mientras decenas de miles de personas salían de diferentes puntos de España con el objetivo de llegar a Madrid el día 22 en un simbólico acto de unión, los medios callaban y miraban hacia otro lado. Crónicas de una muerte anunciada (el hijo del ex presidente Suárez hizo un comunicado del “fin inminente” de su padre con más de dos días de antelación) ayudaron a desviar la atención e ignorar el esfuerzo y la motivación de aquellos que echaron a andar desde sus casas para reclamar un cambio. Ilustrar una muerte que aun no se había producido resultaba más atractivo para las televisiones y sus tertulianos, que las protestas de un país que sólo parecían interesar a los medios extranjeros, que curiosamente han sido quien mayor cobertura han dado a las Marchas.
Pasó inadvertida la llegada masiva de las Marchas a Madrid, el esfuerzo, el viaje, el camino… Pasaron inadvertidas sus reclamaciones, sus exigencias, la realidad que ya no quieren seguir soportando, sus reivindicaciones… pasó inadvertida la realidad de muchos españoles que quieren un cambio social, que están dispuestos a luchar por ello, tomando de forma pacífica –insisto— las carreteras y calles del país… Todo pasó inadvertido hasta que llegaron los altercados: una panda de irracionales, me da igual el signo político, atacaron de forma brutal a una policía con órdenes de no moverse, de no defenderse, de quedarse quietos… Una especie de emboscada que se convirtió en una trampa para los antidisturbios que se encontraron en medio de una panda de incontrolados que les atacaron y aporrearon sin medida. Una excusa para que los medios que antes callaban, pusieran el grito en el cielo para calificar de vándalos y delincuentes a todos los que se manifestaban. Se está juzgando mediáticamente a una mayoría por los actos de una minoría. Da igual si llegaron un millón o cientos de miles de personas a las calles de la capital. Lo cierto es que de una u otra forma, son muchos los españoles que alzan su voz para pedir cambios, y también muchos los que quieren acallar esa voz imponiéndoles el yugo de la violencia sobre sus espaldas y criminalizando a aquellos que se movilizan.
La gente tiene miedo a salir a la calle y el miedo es latente. Los ciudadanos son conscientes de ese miedo y lo exponen sin pudor cuando les preguntas, y aun así, la gente sale: la violencia de los grupos radicales, la violencia de aquellos infiltrados que buscan generar violencia y la violencia de la policía, con medidas desmesuradas hacia inocentes que levantan sus manos en señal de paz, son desincentivos reales a la hora de salir a manifestarse, a ejercer un derecho fundamental, a decir “basta ya” a aquellos que se creen que pueden jugar con la vida de los demás sin que nadie les pida explicaciones.
Mi duda es, tras analizar varias veces las imágenes de Colón del pasado sábado, qué hay detrás de esas órdenes dadas a esos policías a los que se utilizaron de chivo expiatorio para dar rienda suelta a la violencia ¿Qué pasa cuando las órdenes son “no moverse” y un grupo de salvajes te acorrala y te golpea? ¿Cuál es la reacción del ser humano ante situaciones de este calado? ¿Qué pasaría si cualquiera de esos policías, al verse indefenso y rodeado, sacara sus instintos más básicos de supervivencia y dispara a uno de sus atacantes para defenderse? ¿Cuál es el precio de una muerte y sus consecuencias en el miedo?
Algo falla en la Delegación del Gobierno, en los cargos políticos de la Policía o donde sea, cuando se permite que un grupo de estas características campe a sus anchas por una manifestación –vuelvo a insistir—pacífica. En la era de las comunicaciones me cuesta creer que estos grupos no se puedan controlar, no se pueda identificar a estos vándalos, prever estas reacciones, no se sepa de antemano cuáles son sus intenciones y puedan adelantarse a sus movimientos…, por lo que solo me queda pensar que, si se permite que se muevan a su antojo entre aquellos que llevan días andando y pasando frío para llegar a Madrid con el objetivo de hacerse oír y mostrar su rechazo al sistema establecido, es porque interesa que la imagen de esos bárbaros, en minoría numérica, sea la imagen que el imaginario social proyecte de los manifestantes en general. Ahora se acusa a los organizadores de las marchas por los incidentes causados, por desobediencia a la autoridad y por cambo de itinerario en el recorrido de Madrid. Más desincentivos para que la gente no salga a la calle. Lo he dicho ya y lo repito de nuevo: se está criminalizando a los ciudadanos que se movilizan. Esa parece ser la nueva estrategia para que el pueblo guarde silencio y agache la cabeza. Los radicales se convierten inconscientemente en perfectos aliados del poder establecido aunque la alianza sea fruto del azar. Los ciudadanos de buena voluntad encontramos un enemigo más al que sumar a la lista y esta vez, uno manipulable, con ganas de saña, y fácilmente utilizable. Es lo que tienen los estúpidos, que se dejan utilizar sin ser conscientes de ser usados e imponen con su violencia lo absurdo de una reivindicación fuera de los parámetros que nos sitúan al amparo de la democracia, la que nos otorga soberanía al pueblo para protestar.
Finalmente, y con la ayuda de estos salvajes, el mensaje parece ser: si te manifiestas puedes terminar expedientado, pagando una multa desproporcionada, o en la cárcel, da igual cómo te comportes tú, siempre habrá algún cafre que reviente la manifestación y la culpa puede ser tuya; si te manifiestas puedes terminar golpeado, con la cabeza abierta o sin un testículo, bien porque los cafres que revientan la manifestación te agredan o bien porque lo haga la policía, que muestra una violencia desproporcionada hacia los manifestantes comunes mientras los cafres la arrinconan. Moraleja: no te manifiestes.
Esperemos que esto no cale en los ciudadanos y podamos seguir alzando la voz contra la corrupción, los recortes, las reformas… y todos aquellos que nos están llevando a una debacle sin salida. Esperemos que a estas premisas absurdas no podamos nunca sumar “si te manifiestas, puedes terminar muerto, porque tal vez alguien a quien se le da la orden de no moverse ante los cafres, simplemente se defienda como lo haría cualquier ser humano y dispare en nombre de la defensa propia”.
Yo quiero acabar este artículo devolviendo el protagonismo a lo que nunca debió perderlo: el sábado cientos de miles de españoles, o incluso más, llegaron a Madrid de todas las partes de España, algunos llevaban días andando desde sus lugares de origen, otros llegaron en autobuses… Todos con un objetivo común: ofrecer una respuesta masiva y colectiva de la clase trabajadora y exponer situaciones tan duras como la falta de trabajo de millones de personas que ven como su proyecto vital se está viendo truncado en un país donde el talento colectivo se está perdiendo, donde los jóvenes tras años de esfuerzo y estudio han de irse al extranjero porque aquí sienten que no hay futuro. Una lacra social que algunos empresarios están aprovechando para mermar los derechos de los trabajadores que se han ido forjando a lo largo de los años, ofreciendo salarios ridículos y condiciones laborales precarias aprovechándose de la necesidad que imponen las circunstancias en las que nos encontramos, mientras los grandes directivos de las multinacionales se suben sus salarios, cobrando en un año el equivalente a varias vidas laborales enteras; exponer el drama que implica la pérdida de la vivienda de cientos de miles de familias que han sido desahuciadas porque los Bancos, aquellos a los que entre todos hemos rescatado, se han quedado con sus casas; en definitiva recortes de derechos y también de libertades básicas que se están instaurando con el beneplácito del Gobierno del PP, que ahora está en el poder y que mira hacia otro lado cuando surge la palabra corrupción y legitima el derecho de las élites financieras a costa de los ciudadanos de a pie, hipotecando el presente y el futuro de los españoles según dicten los que mandan en Europa, donde en contra de lo que está pasando, hemos de hacernos fuertes y no solo obedecer a sinsentidos austericidas. Confiemos en que, desde las herramientas que nos ofrece la democracia, podamos combatir a aquellos que intentan ignorar que el pueblo ya no puede más y quiere y exige cambios.