La crisis económica ha traído consigo un aumento de las situaciones de pobreza y exclusión social, muy estrechamente vinculadas al desempleo, al paro y a la precariedad laboral. Según datos del cuarto trimestre de la Encuesta de población activa del 2014, existen en nuestro país 5.457.700 parados, de los cuales 3.353.400 son parados de larga duración, al tiempo que 1.766.300 hogares tienen a todos sus miembros activos en paro. Lo anterior se traduce en una tasa de pobreza y exclusión social para el año 2013 del 27,3%, notablemente superior al 24,7% del 2009.

Uno de los efectos más inicuos de lo anterior, que en términos humanos estimo representa un malogro de nuestro modelo societario, se concreta en el mayor protagonismo de determinados problemas de salud. Nos vamos a centrar en dos de ellos que considero especialmente relevantes en lo que a nuestro tema se refiere, los trastornos mentales y las enfermedades cardiovasculares, si bien el envejecimiento demográfico es una variable clave que explica, en buena medida, su alta prevalencia

Ya detallamos en un artículo de hace varias semanas, cómo y en qué medida se había producido un acrecentamiento de los trastornos mentales en España: ansiedades, insomnios y depresiones, estrechamente asociados a la vivencia entre sectores cada vez más amplios de la ciudadanía de percepciones negativas sobre su presente y su futuro. Además, planteamos que de no ser tratados adecuadamente en fases iniciales podían dar lugar a casos de gravedad, incluso llevar a la muerte. Las estadísticas de Defunciones según causa de muerte del INE no dejan lugar a dudas. Las defunciones en España desde el año 2007 al 2012 por trastornos mentales y del comportamiento se han acentuado sustancialmente, se ha pasado en los años de referencia de 12.310 fallecidos por este motivoa 17.145.

Por su parte, la Sociedad Española de Cardiología (SEC) alerta desde hace varios años sobre que la crisis económica es per seun factorde riesgo cardiovascularde primer nivel, debido a que cada vez se destinanmenos recursos a la prevención en este campo, a lo que hay que añadir el progresivo empobrecimiento de la población y la mayor presencia de problemáticas del tenor de la obesidad o el estrés.

Para su Presidente, José Ramón González-Juanatey, está probado que en países como Grecia se han elevado significativamente las patologías cardiovasculares y las muertes por infarto. Según González-Juanatey en el país heleno los infartos pasaron de 1.046 entre enero de 2003 y diciembre de 2007, a 1.508 entre enero de 2008 y diciembre de 2012, lo que supuso un incrementodel 44 %.Y también contempla como una evidencia que los colapsos económicos conllevan un crecimiento de las emergencias cardiacas, destacando el caso de Islandia de octubre de 2008, en donde se constató un ascenso del 26 % de las emergencias por esta razón.

En lo que a España se refiere, las Estadísticas de Defunciones según causa de muerte del INE muestran que la mortalidad porproblemáticascardiovasculares (cardiopatía isquémica o infarto de miocardio, cerebrovasculares o ictus…) avanzaron un 2% en 2012, tras veinte años de caída consecutiva.

Si hay un grupo poblacional que está especialmente afectado por problemas de salud, que puede servirnos como ejemplo para visualizar la vinculación entre exclusión social y enfermedad, es el de las personas “sin hogar”. Seres humanos que representan el paradigma del desarraigo y desafiliación ensus dimensiones más extremas. Diversos estudios realizados, sobre el binomio “sinhogarismo” versus enfermedad coinciden en su alta incidencia entre estas personas.Así las cosas, el Instituto Nacional de Estadística en la Encuesta a las personas sin hogar 2012, coincidiendo con otros trabajos de Cáritas, enfatiza que casi uno de cada tres de los entrevistados presentan algún tipo de patología clínica crónica (fundamentalmente, cardiovasculares y pulmonares, mentales, hepáticas, tumores, VIH…), debidos, en buena medida, a sus dinámicas de exclusión (aislamiento, soledad, pobreza, retraso a la hora de buscar asistencia sanitaria, dificultades de acceso a los servicios sanitarios…). Condicionantes, muchos de ellos, comunes en los procesos de apartamiento que están experimentando los más vulnerables y frágiles de nuestra sociedad, aunque bajo sus circunstancias se amplifican.

Es destacable para nuestro objetivo, consignar que especial impacto tienen entre las personas “sin hogar” los trastornos mentales severos (entre un 20 y un 35 %), estando confirmado que la tasa de esquizofrenia oscila entre un 4 y un 13 % y la depresión mayor entre un 2 y un 20 %. Además, se aprecia que su esperanza media de vida es 25 años inferior a la de los ciudadanos normalizados.Todo lo expuesto con anterioridad, pone de relieve la relación entre la exclusión social versus enfermedad versus mortalidad.

Para finalizar quiero enfatizar el extraordinario sufrimiento humano que hay detrás de los datos e informaciones que he ofrecido; las tragedias de hombres, de mujeres y de familias que se ven impotentes ante lo que están viviendo, no ven la luz y enferman. Incluso algunos deciden acabar con sus propias vidas ante la desesperación y la falta de horizontes vitales. Según el INE, las muertes por suicidio han aumentado, con ligeras modulaciones, desde el comienzo de la crisis. Si en 2007 se consignaron 3.263 muertes por esta causa, en 2012 ascendieron a 3.539.

El suicidio presumorepresenta el fracaso más absoluto de nuestra modelo societario, máxime si cabe en estos tiempos convulsos, en donde todos hemos sido testigos de terribles noticias de ciudadanos que ante el desahucio de sus hogares decidieron dar fin a sus vidas. Recuerdo con especial tristeza el de una ex concejala del País Vasco que,en noviembre de 2012, se arrojó por la ventana de su casa ante la inminencia del proceso judicial a las puertas de su vivienda. Pero también otros de semejante tenor que,por su dramatismo,forman ya parte de nuestra historia reciente más oscura, y de la que se sienten tan avergonzados como yo, pero firmes en la necesidad de un cambio de rumbo.