Lo viví en persona. Desde mi escaño de diputada autonómica del partido socialista. Por eso, si me permiten, apuntaré alguna visión personal.

En primer lugar, no podía dar crédito a lo que estaba observando como espectadora. Ricardo Costa hace un plante al PP nacional que le hace subir enteros ante sus compañeros diputados y miembros de la ejecutiva. Hizo una rueda de prensa modélica donde se arrepintió, pidió perdón, estuvo serio, se comió su arrogancia, guardó la soberbia, escondió su deje de “pijo rico”, y se comportó con valentía. Creía que se había salvado porque sabía que Camps tenía tantos o más motivos que él para ser cesado.

Así lo entendemos todos. Personalmente me parece justa la decisión de que se tomen responsabilidades políticas ante la gravedad de los hechos que están pasando y se cese a Costa de secretario autonómico y portavoz de las Cortes. Es lo mínimo que el PP puede hacer para dar un “poquito” de buenhacer en este escándalo sin precedentes. Pero, todos los ojos se vuelven de forma inevitable hacia Camps. ¿Qué ocurre con él? ¿Acaso no sirve lo mismo que se aplica a Costa para el propio Camps? ¿Cree él que por haber traicionado a Costa podrá salvarse?

En segundo lugar, el pleno en las Cortes Valencianas comenzó tarde por todo el espectáculo que el PP estaba ofreciendo. No entró Costa en el hemiciclo. Y nadie dijo nada. Nadie lo defendió. Ya no recibió aplausos como el día anterior. Todo el mundo calló. Y el pleno transcurrió con normalidad como si fuera normal lo que estaba pasando.

Hay un gobierno desparecido de la gestión, bloqueado durante ocho meses por el caso Gürtel, que acaba de “enterrar” por ordeno y mando de Camps a su portavoz en las Cortes, abriendo portadas nacionales de todos los medios de comunicación, y allí se retomó la discusión parlamentaria como si estuviéramos encerrados en una burbuja fuera de la realidad. Eso pretendía hacer el PP: que todo siguiera igual como si no pasara nada.

Se borraron los sentimientos, las lágrimas, el desmoronamiento de Costa, la indignación, las críticas. La maquinaria del partido todo lo engulle. Es capaz de devorar a sus hijos sin hacer ni siquiera la digestión. Y si no, observen ustedes la actitud de la todoterreno Rita Barberá quien, con su acritud particular hacia el gobierno socialista, tuvo tiempo de reírse diciendo que “con todo este lío hemos eclipsado la visita de Zapatero a Obama” (estupidez dicha entre carcajadas).

Camps dijo una frase soberbia, como las que él suele pronunciar (y espero que perciban el sarcasmo): “Ayer era ayer, hoy es hoy”. Y con esto justifico su traición y engaño a todo el mundo, incluido a su persona de confianza Ricardo Costa.

En tercer lugar, permítanme que haga una breve descripción de este personaje, Francisco Camps.

Fue asesor y concejal del Ayuntamiento en el primer gobierno de Rita Barberá, pasó a ser diputado nacional, luego Consejero de Cultura y Educación con el gobierno de Zaplana, posteriormente Secretario de Estado en el gobierno de Aznar, de nuevo diputado nacional y vicepresidente primero de la Cámara, luego Delegado de Gobierno en la Comunidad Valenciana, y finalmente, nombrado a DEDO por Zaplana candidato a la Presidencia Autonómica en el 2003.

Todo este enorme recorrido político lo hizo desde el año 1991 hasta el 2003, es decir, en 12 años. Si ustedes cuentan, apenas estuvo dos años en cada puesto.

Los que lo hemos conocido personalmente siempre vimos que era un segundón, funcionario del partido, absolutamente gris, de los que se nombran para cubrir puestos porque es de total lealtad pero sin capacidad de brillar por sí mismo. No tuvo tiempo de demostrar gestión porque su paso por los cargos era fugaz y rápido, jamás fue un brillante orador, sólo dice generalidades y frases “enlatadas”, no se le ha visto ideas propias profundas o de interés.

Para todos fue una sorpresa que Zaplana apostara por este hombre lánguido, blanquecino, gris y discreto, poco apasionado, y que mi abuela lo definía como “un huevo sin sal”. Pero, es un camaleón que sabe confundirse con el paisaje.

Camps demostró ser un buen fajador en los difíciles momentos orgánicos, eliminar a sus enemigos orgánicos como los zaplanistas pese a ser éstos quienes lo pusieron al frente, crear su propia guardia pretoriana, poner personajes grises en su gobierno que no le hicieran sombra, y crearse una imagen (que ahora sabemos que es ficticia) de padre honrado y honesto de familia que podía confundirse con el paisanaje.

Este hombre ha engañado a todo el mundo. Lo que ocurrió durante las 24 horas de la destitución de Costa entra dentro de la racionalidad que utiliza Camps.

¿Lo han visto ustedes? Durante todos estos meses ha lucido una sonrisa vergonzante, abierta la boca, para hablar de felicidad, de cuánto se quiere todo el mundo, de que no hay problemas, y de que el único malo es Zapatero. Jamás ha dejado la sonrisa aparcada, ni siquiera, cuando “mató” a su mano derecha. Ni cuando engañó a todo el grupo parlamentario, o a su ejecutiva, o a Rajoy. Todas sus palabras ante los medios de comunicación han sido falaces, y su actitud ante las Cortes Valencianas una impostura.

Los propios del PP decían que parecía “sonado” en su discurso: hablar de felicidad, calvicie, Churchill o Gandhi. Hace tiempo que la actitud de Camps ante las Cortes Valencianas es la misma. Cuando veo sus intervenciones tengo la impresión de estar frente a alguien que no está cuerdo, quizás fruto de la soberbia, de una mayoría absoluta que le ha hecho creerse Dios, de un poder político y orgánico que ha utilizado para “salvar” o “matar” a los propios.

Nunca entendimos cómo Camps se convirtió en líder, pues no tenía ni una sola cualidad para ello. Ahora se ve, en los momentos difíciles, que no existen valores, conciencia, principios, moral, disciplina, convicción, dignidad. En los momentos difíciles como el actual, Camps es quien siempre ha sido: alguien que estaba de paso, pero que se emborrachó de poder.

Y todo tiene un final. Camps también.