Las sociedades de nuestro tiempo dependen muy directamente para su normal funcionamiento de la circulación y llegada puntual de numerosas y muy variadas mercancías. De forma que si se para el proceso de transporte sus efectos se multiplican rápidamente. De ahí la psicosis que suele generarse entre los ciudadanos que acuden apresurados a llenar los depósitos de sus vehículos y a aprovisionarse en exceso de alimentos y otros productos de primera necesidad. Lo cual acentúa aun más los problemas de suministro.

La huelga convocada por los transportistas –más allá del daño objetivo que pueda causar– tiene en sus raíces un problema real que no se puede obviar y que habría que haber afrontado antes de llegar a estos extremos. La espiral de los precios de los carburantes tiene per se un efecto inflacionista sobre casi todo, que se ha estado intentando frenar en base a que los transportistas, los pescadores, etc. cargaran directamente sobre sus espaldas los sobre-costes acumulados de los carburantes. Lo cual no era justo ni viable. Al final las cosas han estallado antes de que se hubieran puesto en marcha medidas paliativas a corto plazo, ya que a medio y largo plazo también habrá que plantear con seriedad el problema de la energía.

Ahora, más en caliente, no se sabe si será más difícil llegar rápidamente a soluciones asumibles por todos, pero, desde luego, es evidente que habrá que hacer un esfuerzo muy especial para evitar que los problemas se dilaten y empiecen a producir también efectos de erosión política.