Estas creencias, junto a los restos de tradición ilustrada que aún permanecen en la conciencia de unos cuantos europeos, ha permitido sobrevivir al mundo de la cultura en el marco del capitalismo globalizado y feroz que gobierna el viejo continente desde la caída del Muro. Pero las últimas barreras de protección también están cayendo ya, la cultura ha quedado expuesta a sus enemigos, y hoy corremos serio riesgo de muerte por asfixia o por inanición para la mayor parte de esas musas que nos elevan el alma a través de la música, el teatro, la danza, las artes plásticas, la literatura, el ensayo o el pensamiento humanístico.
Paradójicamente, la amenaza llega por partida doble y desde trincheras aparentemente contrapuestas. Solo aparentemente. Por una parte amenazan la pervivencia de la creación cultural aquellos que le niegan totalmente el carácter de bien o producto, hasta el punto de cuestionar el derecho a la propiedad intelectual y el derecho de autor, por ejemplo. Y por otro lado socaban los cimientos de la actividad cultural sostenible aquellos que atribuyen a los bienes culturales exactamente las mismas características que cualquier otra mercancía en un mercado libre, ni más ni menos. Pero las expresiones culturales no son bienes que puedan disfrutarse sin considerar los derechos de quienes los crearon, y tampoco son meros productos y servicios que puedan sobrevivir sin ayudas públicas en un mercado que siempre confundirá valor y precio.
En otros países europeos se viven en estos días debates encendidos sobre la necesidad y la manera de proteger la cultura propia. La guerra contra la piratería en las redes, la denuncia de las prácticas comerciales agresivas de Amazon, y la polémica sobre la inclusión de los bienes culturales en los nuevos acuerdos arancelarios con los Estados Unidos, son buena prueba de esa controversia. Aquí, el culturicidio está pasando más desapercibido, dada la gravedad del resto de los problemas que nos agobian, probablemente.
Pero el Gobierno no pierde el tiempo. En línea con los que niegan los derechos de autor, propone una reforma de la Ley de Propiedad Intelectual que consolida la impunidad de la piratería. La circulación de bienes culturales por la red sin ninguna protección ya ha acabado con la industria musical y con la incipiente industria cinematográfica española. Ahora amenaza seriamente a la industria editorial y a la prometedora industria de los videojuegos. Y tras la desaparición de las industrias, desaparecen los empleos y desaparecen las oportunidades para que los artistas creen y vivan de su creación. Resulta entre trágico y conmovedor comprobar cómo los partidarios del “gratis total” en el acceso a canciones, películas y libros creen estar actuando cual Robin Hood en defensa de los más débiles, cuando en realidad trabajan duramente para que las multinacionales tecnológicas sigan multiplicando beneficios a costa de matar nuestra cultura.
Y en línea con los partidarios de la cultura como vulgar mercancía, el Gobierno prepara su Ley de Mecenazgo. ¿Quieres consumir cultura? Te la pagas a precio de mercado, o la robas en la red. ¿Quieres crear cultura? Te buscas un mecenas. Eso sí, será el mecenas quien determine qué cultura creas, cómo, cuándo y para qué. En esta línea hay que interpretar también la subida descomunal del IVA en la cultura hasta el 21%, el tipo más alto de toda Europa. Transigirán porque exijamos comer, pero el lujo de leer un verso o alimentar el alma con una melodía lo tendremos que pagar caro. ¿Ayudas? ¿Para qué? ¿Para qué los artistas subvencionados actúen como librepensadores y critiquen al poder que les alimenta? Ni hablar.
La penúltima víctima de este culturicidio en marcha ha sido la revista TEMAS, hermana en papel de este Sistema Digital. El Ministro de Cultura y su Secretario de Estado le han negado la consideración de revista cultural y han suprimido la pequeña ayuda financiera que siempre se prestó desde el Estado a estas iniciativas de interés general, desde la transición democrática, con Gobiernos de izquierdas y de derechas. Eso sí, las revistas de la factoría PP-FAES mantienen todas sus subvenciones.
En la última manifestación en defensa de la escuela pública leí una pancarta que decía: “Franco ha WERTo”. Pues debe ser eso….