Al contemplar este panorama convendría no verlo como si nos fuera totalmente ajeno. En nuestro entorno también se escuchan comentarios de parecida naturaleza, y aunque el problema de la corrupción no tenga la extensión que vemos en otras partes del mundo, hay personas que creen que vivir honestamente es ir a contrapelo de una tendencia que cada vez con mayor fuerza se abre paso en nuestra sociedad.
Decir que estamos ante una decadencia de los valores cívicos es ya un lugar común. Y es verdad que la corrupción y las corruptelas, en sus diferentes manifestaciones e intensidades, están, progresivamente, configurando un paisaje que indigna, pero que para mucha gente aparece como consustancial al ejercicio del poder. Es por eso que los mayores esfuerzos deberían encaminarse a invertir esa tendencia, pues el riesgo es que, por impotencia o por resignación, la gangrena siga extendiéndose y convierta la democracia en una caricatura de sí misma. Este temor debe ser el mensaje que nos tratan de transmitir Saviano y otros muchos italianos.
Dicho todo esto es necesario que al hablar de Italia no olvidemos que lo nuevo son las dimensiones y la frecuente impunidad de la corrupción. Bastaría recordar lo que Antonio di Pietro y su movimiento Manos Limpias destaparon hace ya casi dos décadas para saber que el pudrimiento de la política italiana floreció con la Guerra Fría, la política de bloques y el anticomunismo que, impulsado desde los gobiernos de Estados Unidos hasta el del generalísimo Franco, cubrió con un tupido velo los desmanes corruptos de la Democracia Cristiana (DC) y sus aliados, además de impedir el acceso al poder de lo más decente de la política italiana de entonces, esto es, el Partido Comunista (PCI).
El hundimiento del movimiento comunista internacional y las muchas barbaridades que se cometieron en la Unión Soviética y otros países del mal llamado socialismo real, resquebrajaron al PCI y dejaron más que maltrechos al resto de los partidos comunistas de la Europa occidental, cuya historia, por cierto, está marcada por la represión que sufrieron como consecuencia de su lucha por las libertades y contra el fascismo imperante en sus países. Los ejemplos de España, Portugal y Grecia son de sobra conocidos.
En fin, aunque no sea más que un ejercicio de imaginación, cabría conjeturar sobre cual habría sido la evolución política en Italia si el anticomunismo rampante de la época no hubiera abortado el “compromiso histórico” que impulsaron Aldo Moro por la DC –le costó la vida- y Enrico Berlinguer, por el PCI, que habría dado paso a un gobierno conjunto. Me atrevo a asegurar que el panorama actual sería menos sombrío que el que describen estos ilustres escritores.
Viene a cuento decir aquí que de aquellos polvos vinieron estos lodos.