Las expectativas que intentó suscitar el PP era evidente que no tenían fundamento, por mucho que a determinadas personas biempensadas –y bastante ingenuas– les hubiera gustado mucho que el simple cambio de Gobierno hubiera conducido a una modificación repentina –y mágica– de la situación económica española, y de sus expectativas. Pero este tipo de magia no existe.

Eso lo sabían perfectamente los líderes del PP –y si no lo sabían habría que empezar a temblar–. Por eso se dedicaron a alimentar la superchería y la buena disposición de mucha gente, procediendo como unos magos de feria que intentan embaucar de la manera más ramplona a los ingenuos de turno. Como si de un juego de manos se tratara, se dedicaron a repetir machaconamente que con ellos las cosas se arreglarían de inmediato y que ellos harían frente a los problemas económicos “como Dios manda”, como llegaban a proclamar cuando se dejaban llevar por los arrebatos propagandísticos.

Sin embargo, el embrujo de las expectativas poco ha tardado en disiparse, sin llegar a producir ni siquiera las más elementales perspectivas de cambio ni las mejoras en las posibilidades de confianza de los primeros días. Algo que suele ocurrir cuando los cambios políticos llevan al gobierno a partidos más cercanos a los intereses empresariales. En esta ocasión ni siquiera se ha dado dicha mejora de expectativas entre los más próximos. Lo cual obedece, en gran parte, a la torpeza y bravuconería con la que el PP ha procedido en múltiples aspectos y formas de argumentar y de explicar la situación. Lo que no ha hecho sino empeorar el clima político, proyectar al exterior y al interior una imagen mucho más crítica de las condiciones económicas de España y, por lo tanto, desanimar a los posibles consumidores e inversores.

Con esta manera tan torpe de proceder, lo que el PP ha traslucido es una notable inseguridad. Lo cual en momentos tan delicados como los actuales es lo peor que nos podía pasar.

La recurrencia argumental con la que se utiliza la “salmodia expiatoria” de que la situación heredada –que de facto ya es suya desde el 22 de noviembre– es horrible, incluso peor de lo que se esperaba, sólo responde al propósito de desgastar y culpabilizar al PSOE –como “chivo expiatorio”– en el mayor grado posible, no sólo de los problemas del pasado, sino también de los del futuro. Lo cual es un absoluto despropósito analítico y político, que trasluce un serio problema de comunicación. ¿Cómo podría ser creíble tal argumento? ¿Con qué propósito? El propósito es obvio: se trata de hacer al PSOE también culpable –al menos en parte– de las medidas durísimas e impopulares que está tomando el Gobierno del PP –muchas veces en contra de lo que dijeron o prometieron–. Pero, como quiera que este propósito es asaz difícil –e inverosímil– la solución comunicacional a la que han recurrido es exagerar la situación heredada hasta extremos que bordean el tremendismo más apocalíptico y negativo.

La consecuencia es que la imagen que trasmite el gobierno del PP de la situación de España ha acabado resultando pavorosa, con el consiguiente efecto erosivo en la credibilidad y fiabilidad de nuestra deuda, de nuestras posibilidades y perspectivas económicas, etcétera. ¿Cómo es posible que no se den cuenta de tanta torpeza y de tan negativos efectos? ¿Tan grande es el furor propagandístico y anti-PSOE de algunos dirigentes del PP que ni siquiera comprenden el alcance de sus prédicas apocalípticas? ¿Acaso no se dan cuenta de que ya no están en la oposición y ahora les corresponde gobernar e infundir confianza?

La manera de proceder de algunos líderes del PP parece más impregnada de resentimientos y de componentes cuasi-mágicos que de la racionalidad y moderación –en la palabra y en los argumentos y explicaciones– que corresponden a un liderazgo moderno y responsable.

Primero parecían creer que tenían una varita mágica, y que con su propio ensalmo, y el propósito de hacer las cosas “como Dios manda”, darían lugar a un vuelco completo y misterioso en la situación económica. Y, después, cuando se han dado cuenta que la pamema de la “varita mágica” no funciona, se han pasado, sin solución de continuidad, al recurso de la “salmodia expiatoria”. Es decir, ante todo, y para todo, su explicación es que el PSOE les ha dejado una herencia horrible, e incluso desconocida, ya que parece ser que los chicos del PSOE no tenían en cuenta las abultadas deudas que tenían ocultas las Aguirre y los Camps de turno. Más todos los manirrotos Presidentes autonómicos (del PP) que se les unieron a partir de marzo del año 2011. Pero, ya se sabe, la culpa de todo es del PSOE y del malvado Zapatero y su no menos malvado Vicepresidente. Por lo tanto, el PSOE –como gran chivo expiatorio–, que ya era culpable de todos los males económicos imaginables –incluida la burbuja inmobiliaria que propició Aznar y todo el desmadre financiero de Lehman Brothers, Madoz, Enron y el descontrol de los activos tóxicos y demás inventos–, ahora es también responsable de los problemas actuales y los que están por venir. Ya se sabe –dicen los ministros del PP–, con esta herencia todo resulta fatal. Así que ya puestos, vamos a ver –se dicen– si acabamos también con los sindicatos y todas sus secuelas y antiguallas y volvemos a la situación, no sólo anterior a la Constitución de 1978 y a los grandes acuerdos de la Transición Democrática, sino incluso a las condiciones previas a la Segunda Guerra Mundial, antes de que se hubieran asumido los criterios y valores básicos del consenso social y el reconocimiento del papel de los sindicatos y de la interlocución laboral.

Desde luego, no es fácil entender mucho de lo que está ocurriendo en España, si no se cree en algo parecido a la magia ultramontana y si no se tiene la necesaria capacidad de autocontrol racional como para no intentar imponer a toda una sociedad –y por las bravas– unos criterios políticos y laborales que, además de estar completamente desfasados, se han mostrado totalmente inútiles y contraproducentes en situaciones históricas no tan lejanas.

El problema es que, al descrédito que acarrean tales formas de proceder y de argumentar, se unen también comportamientos que difícilmente pueden ser reputados como serios y creíbles en otros países y por parte de entidades mínimamente rigurosas. Así, a los rifirrafes estadísticos y contables, se une, por ejemplo, la explicación pueril de que los Presupuestos Generales del Estado no pueden estar listos hasta el mes de abril; con la que está cayendo, y con lo que nos está cayendo. ¿Es que no tenían los líderes del PP ninguna idea, criterio o esquema previo antes del día en que ganaron las elecciones el 20 de noviembre del año pasado? ¿Qué han estado haciendo desde entonces? ¿Cuánto tiempo necesitan los señores –tan tecnócratas– del PP para hacer unos Presupuestos en un país como el nuestro, que cuenta con una Administración Pública avezada en ayudar en tales tareas?

No es extraño, por lo tanto, que algunos se pregunten si el PP está hablando en serio de estas cuestiones.

Obviamente, no está hablando en serio. Incluso los más comprensivos, cuando se suscitan dichas cuestiones, ponen cara de picardía y nos dicen: “¡Hombre, con las elecciones andaluzas a la vuelta de la esquina, no le vas a pedir al Gobierno del PP que desvele sus intenciones presupuestarias ahora!”. Es decir, de lo que se trata, en el fondo y en la forma, es de lograr que en Andalucía los votantes hagan otro voto a ciegas y que apoyen al PP al margen de lo que luego puedan hacer o no hacer.

Todo lo cual, desde luego, en nada ayuda a la credibilidad y fiabilidad de España y de su Gobierno actual. Y así nos va.