¿Cómo podemos vivir dos hechos que nos remontan a nuestro pasado histórico, político y familiar más reciente sin volvernos locos? ¿Qué está pasando en el corazón y la razón de los muchos españoles que sufrieron el franquismo? ¿Entienden los jóvenes nacidos en nuestra Democracia que está pasando?

Nos emocionamos leyendo los poemas de Miguel Hernández e intentando imaginar cómo fue el calvario y sufrimiento de este poeta que murió en unas condiciones penosas en una cárcel alicantina, víctima de la dictadura franquista. Las instituciones democráticas, desde ayuntamientos a diputaciones, le rinden un homenaje para recuperar la dignidad y recuerdo de un hombre que sufrió el olvido, el silencio, el rencor y el abandono de una España que no se atrevió a pronunciar su nombre hasta que llegó la Democracia. Por eso, 68 años después de su muerte, nos atrevemos con emoción a leer en voz alta sus poemas para realizar un acto de justicia histórica y social con nuestro país, de reconocimiento del poeta, y de enfrentarnos democráticamente a nuestros miedos y fantasmas del pasado.

Pero, ¿cuántos hombres y mujeres más murieron como Miguel Hernández? ¿Cuántos han sido españoles anónimos que sufrieron la represión brutal y salvaje del franquismo? ¿Cuántos familiares hay que lloran los asesinatos cometidos sin poder rendir un homenaje a sus seres perdidos?

Eso fue lo que el juez Garzón ha pretendido hacer: recuperar la memoria de todos los que anónimamente son “Miguel Hernández”.

Me aburren las acusaciones que se hacen de lo ególatra, endiosado, llamativo o protagonista que resulta ser el juez Garzón. Sólo sé que hay personas que resultan imprescindibles para dar pasos hacia delante en la historia; que la justicia y los derechos no son gratuitos ni se nace con ellos; que hay que pelearlos, conquistarlos, trabajarlos y darles cuerpo y forma jurídica a lo largo de generaciones. Baltasar Garzón ha hecho siempre lo que le ha dictado su conciencia, por eso ha resultado molesto a unos o a otros, dependiendo de las circunstancias.

Hoy, vemos sentados en el banquillo a Jaume Matas o Luis Bárcenas, acusados por un sinfín de delitos que todos sabemos que son nocivos, perversos y castigables. En cambio, que me perdonen y me llamen ignorante pero aún no he reconocido dónde está el “gravísimo delito de prevaricación” cometido por el juez Garzón.

En la marea de corrupción, robos, mentiras, demagogia, manipulación, acusaciones sin fundamento, y estridencias que vivimos, el juez Garzón acude al banquillo como símbolo de un país que ha caminado durante los últimos años en democracia, y que ya se atreve a leer pública e institucionalmente los poemas de Miguel Hernández porque está muerto y bien muerto. Pero no toquemos recuerdos y fantasmas que provocan que algunos piensen todavía que “con Franco se vivía mejor”.

Miguel Hernández es historia. El juez Garzón pasará a la historia como uno de los pocos nombres que brillarán por sí mismos: por sus méritos, por su trabajo, por su decencia, por su valor y por su compromiso con la Justicia.