Lo más curioso del caso es que los argumentos que se suelen manejar para proponer o retirar a unos y otros candidatos apenas guardan una mínima lógica o concordancia entre sí. Los que operan desde fuera de los partidos –o en sus lindes– suelen ser los más desenfadados a la hora de utilizar argumentos y razones de la más diferente naturaleza, según convenga al caso. A nivel interno, las motivaciones suelen aquilatarse algo más, aunque no siempre se mantiene la necesaria concordancia argumental.
Por ejemplo, últimamente se han hecho valer los respaldos en popularidad y apoyo que muestran las encuestas. Pero, ¿están seguros los que así arguyen que este criterio debe aplicarse a todos los candidatos posibles en estos momentos? ¿También a los ministros y altos cargos del Gobierno? La aplicación universal de tales criterios, sin otras consideraciones, podría dar lugar a una especie de dictadura de las “encuestas”, que convertiría en prescindibles –o secundarios– otros procedimientos democráticos de selección.
Igualmente, cuando se habla de los niveles de conocimiento de los candidatos y de las posibilidades de realizar un trabajo de fondo a medio plazo, habría que preguntarse por las razones por las que, en el manido caso de Madrid, por ejemplo, se forzó en su momento la salida de Rafael Simancas, que continúa siendo el candidato al que conocían un mayor número de madrileños y el único que, desde hace muchos años, logró ganar las elecciones en la Comunidad de Madrid, en un proceso limpio y claro, que solamente el vergonzoso caso de dos tránsfugas impidió que pudiera traducirse en un gobierno de izquierdas; caso que, por cierto, aún permanece sin aclarar en todos sus extremos.
En Madrid, la concurrencia ulterior de otros candidatos demostró que ni tenían más votos que Simancas, ni estaban dispuestos a realizar un trabajo de fondo a medio plazo. Por ello, no es extraño que entre los madrileños, en general, y entre los afiliados al PSOE en particular, exista un cierto hartazgo por la manera en la que se está tratando desde algunos círculos de poder a esta Comunidad de tanta importancia, y en la que tanto repercute lo bueno y lo malo que se hace desde el gobierno. El manido recurso a la especie de que en la organización socialista de Madrid siempre ha existido mucho “lío” no sólo se compadece mal con la realidad actual, sino que empieza a causar un profundo malestar de fondo, por lo que tiene de coartada injusta –y maledicente– al servicio de otros propósitos.
Los afiliados de Madrid saben perfectamente que en la etapa de Rafael Simancas en Madrid no había líos y que, quizás, el principal problema fue, precisamente, intentar integrar en las candidaturas a todo tipo de sectores, incluso –como luego se vio– a los que operaban –o estaban dispuestos a operar– desde coordenadas un tanto extrañas, que aún están pendientes de aclarar. Por eso, los afiliados socialistas de Madrid en estos momentos no se ven a sí mismos como conflictivos, sino todo lo contrario, más bien son –y han sido– sumamente disciplinados, e incluso sumisos, ya que aceptaron la “indicación” de retirada de Simancas y apoyaron a una serie de candidatos poco arraigados en el Partido Socialista de Madrid, e incluso en el PSOE como tal. Además, con los resultados que todos conocemos.
De ahí que no sea extraño que la simple perspectiva de que pudiera iniciarse un nuevo proceso del mismo tenor haya dado lugar a algunas reacciones políticas, que en una democracia madura no debieran suscitar mayor preocupación ¡y ni siquiera atención mediática! ¿Acaso no es lo más natural que en una democracia madura y en una organización política transparente las diferencias de pareceres, o la posibilidad de diferentes candidaturas, se sustancien con algo tan sencillo y elemental como una votación? ¿Por qué, pues, tanto estupor ante la perspectiva de unas elecciones primarias en el PSOE de Madrid? En realidad, lo lógico y natural es que hubiera elecciones primarias con suficiente antelación para elegir candidatos en todos los lugares, con facilidades suficientes y con total transparencia, como ocurre en otros países, y como se hacía en el PSOE hace años.
Si las cosas se desarrollaran de esta forma, como la cosa más natural del mundo, la impresión sobre la política y sobre los partidos sería mucho más positiva. Por eso no es exagerado afirmar que el antídoto más eficaz frente al descrédito actual de la política es más y mejor democracia. En cambio, cuando el legítimo derecho al voto y a la opinión de los afiliados y votantes es sustituido por el maniobrerismo en la sombra, por las presiones externas de los grupos de poder y por las apetencias e intereses personales y de sector, el prestigio de la política se debilita y cunde la sensación entre los ciudadanos de que ellos “no cuentan”.
De ahí, la grave irresponsabilidad en la que caen aquellos que presentan la posibilidad de unas elecciones primarias, y las naturales discrepancias sobre unos y otros candidatos, poco menos que como un lío organizativo interno y el exponente de una grave crisis. ¡Por no mencionar a aquellos que en el colmo del paroxismo interesado –e ignorante– llegan a buscar paralelismos con los conflictos y tensiones vividos en la Federación Socialista Madrileña en los años de la Segunda República! ¡Qué barbaridad histórica y analítica!
Esperemos, pues, que el descanso veraniego sosiegue los ánimos y permita recuperar aquellas capacidades necesarias para no nublar el raciocinio, permitiendo entender a todos que el ejercicio del derecho de voto y de opinión nunca debe ser visto como un problema, sino como una solución. Por lo tanto, mucho descanso, bebidas frescas, serenidad de ánimo, buenas lecturas y, cuando llegue el momento, que cada cual pueda votar y apoyar lo que mejor le parezca, sin irritación ni coacciones.