Sin expectativas laborales en España, a pesar de su altísima cualificación, decidió seguir instruyéndose allende nuestras fronteras, aun a sabiendas de que profesionalmente en nuestro país le iba a resultar prácticamente imposible trabajar acorde a su cualificación y con suerte infinita encontrar un empleo de mileurista. Y allí estaba ella, viviendo modestamente en una habitación, alquilada en casa de una anciana inglesa poco gentil, y su día a día se reducía a las clases en la universidad, a las dos horas diarias de viaje en autobús y a su sencillo aposento. No tenía vida social alguna, su principal actividad era algo que, según comentaba, había estado haciendo desde su más tierna infancia: estudiar, estudiar y estudiar. Cuando nos despedimos nos dimos un sentido abrazo, le deseamos todo tipo de venturas en su vida profesional y personal y percibimos, por sus palabras y expresión, nostalgia y una profunda desmoralización.
Los que como yo somos hijos de la emigración de los años sesenta/setenta del siglo XX y hemos escuchado en primera persona historias amargas y emotivas de españoles que en Alemania, Suiza o Francia sufrieron de morriña, nunca pensamos que aquello podría retornar. Pero la realidad es tozuda y, aunque adquiere nuevas presentaciones, no deja lugar a dudas. Según datos ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística el pasado 20 de marzo, hay 2.058.048 nacionales en el exterior, 702.734 de ellos nacidos en España, lo que ha supuesto un aumento del 6,6% (170.146 personas) respecto a 2012. A las cifras anteriores hay que añadir un número indeterminado que no se dan de alta en los países de llegada. Y de nuevo Francia (8.594, 4,1%) y Alemania (6.162, 5,3%) se han convertido en los destinos más deseados y, como novedad, el Reino Unido (7.130, 9,5%).
Si nuestra compatriota echa raíces en Gran Bretaña o, como sería su deseo, regresa a España y tiene nuestro país la oportunidad de beneficiarse de sus conocimientos y experiencia nunca lo sabremos, salvo que el azar de la vida permita que nos encontremos de nuevo. De lo que no tenemos duda es que en estos difíciles tiempos siempre habrá historias como las de nuestra granadina de los ojos tristes.
Y aquí, con un paro juvenil que supera el 57%, con un 28% de jóvenes en situación de carencia material severa y un 29% que padece algún tipo de enfermedad mental, según una encuesta presentada el día 26 de marzo por Eurofound, no es de extrañar la desolación de una generación que está padeciendo, en primera persona, la violencia de una sociedad con la que ha satisfecho debidamente sus deberes, pero una sociedad que ha incumplido sus obligaciones. Y lo que se les ofrece a aquellos más que privilegiados que logran acceder al mundo laboral son sueldos de mileuristas, como nos decía nuestra amiga en Brighton. No en vano, la mitad de los españoles vive con menos de 1.000 euros al mes en poder paritario de compra, a pesar de que la renta per cápita no esté muy alejada del resto de los países europeos (24.400 euros brutos frente a una media de 25.500), según los indicadores sobre calidad de vida hechos públicos el 19 de marzo por Eurostat. Lo cual nos retrotrae a cifras del año 2001 y conlleva que nuestra renta per cápita cayera en 2012 hasta el 97% de la renta media de la Unión Europea (tan solo Grecia, Chipre y Portugal están a la cola de España). Lo anterior se ha traducido en que más del 40% de la población española no pueda permitirse gastos imprevistos, lo que supone dos puntos más que la media de la Eurozona, y que tres millones de personas vivan en situación de pobreza severa (30% de la renta mediana).
En las mismas semanas en las que conocimos los datos anteriores, cientos de inmigrantes subsaharianos desesperados asaltaron la valla fronteriza que separa Melilla y Marruecos decididos a entrar en Europa y, según fuentes del Ministerio del Interior, unos 50.000 deambulan por Marruecos a la espera de tener su oportunidad, aún a riesgo de perder sus vidas en el intento.
Ante estas realidades diferentes, pero complementarias, imposibles de entender para cualquier persona de bien o para un ser inteligente que viniera de otro planeta y observara un mundo con tanta desigualdad y con tan alto nivel de sufrimiento, pero con tantas oportunidades, permítanme exigir un cambio de rumbo de civilización hacia valores de humanidad y equidad. Así lo vienen planteando entre otras instituciones de peso Naciones Unidas, que en el Informe sobre Desarrollo Humano 2011 decía que no sería posible sostener el progreso en desarrollo humano a menos que se ponga en el primer plano del debate político la desigualdad y la destrucción medioambiental (cuestiones estrechamente vinculadas) y que en sí mismas, además de infinita pesadumbre, suponen un riesgo de continuidad para nuestras sociedades. Esperemos que los que mueven los hilos del poder en el mundo no sigan dejándose epatar por brillos superficiales, que no reflejan más que uno de los más grandes defectos de la especie humana: la codicia.