En los debate políticos cotidianos, a veces se olvida que los partidos tienen que ser primordialmente instrumentos eficaces para la acción política. Lógicamente, para los demócratas convencidos dicha acción, y su estructuración organizativa, debe efectuarse de la manera más implicativa posible; en concordancia con el arraigo alcanzado por la cultura democrática en nuestras sociedades, cuyos ciudadanos no tolerarían enfoques de carácter autoritario, jerárquico y pseudomilitar en el funcionamiento de los partidos a los que pertenecen. Aunque lo cierto es que muchas veces algunos líderes –sobre todo en los estratos medios de las organizaciones─ tienden a comportarse como auténticos reyezuelos o caciques de otras épocas.

El debate sobre la funcionalidad democrática interna en los partidos políticos es un debate que aún no puede darse por concluido, y en el que no existe consenso sobre cuáles son los mejores procedimientos para conjugar adecuadamente los criterios de democracia interna y eficacia externa, pública. De hecho, bastantes ciudadanos continúan viendo a determinados partidos ─o a ciertas organizaciones territoriales de dichos partidos─ dominados por un confuso clima de guirigay interno, conflictos clientelares recurrentes y empobrecimiento de los liderazgos.

Lo que estaba ocurriendo en el PSM es un caso paradigmático de cómo puede operar –y enquistarse─ un problema de decadencia político-organizativa que acaba pesando como una losa negativa, no solo para el PSOE en Madrid, sino para el socialismo español en su conjunto, con graves consecuencias para su credibilidad política y sus posibilidades electorales.

Guste o no guste, lo cierto es que muchas personas no “veían” al PSOE en Madrid como un partido creíble y capaz de ganar elecciones y gobernar con solvencia.

Cuando Rafael Simancas ganó las elecciones en 2003, con casi el 40% de los votos, después de las etapas heroicas de Tierno Galván y demás, el PSOE en Madrid había pasado por un ciclo de decadencia, divisiones internas, conflictos y clientelismos asfixiantes que Rafael Simancas fue logrando pacificar y solucionar con paciencia y mucha “mano izquierda”. Por eso, en los medios de comunicación social, se le reconocía unánimemente como el “pacificador” de la compleja FSM.

Sin embargo, el vergonzoso caso del Tamayazo –aún no suficientemente aclarado─ abrió paso a un nuevo período caracterizado por múltiples ocurrencias, intromisiones y operaciones extrañas que acabaron conduciendo a una situación insostenible de aguda debilidad y notable falta de credibilidad. Con menos de la mitad de afiliados que hace unos pocos años, con no pocas Agrupaciones “suspendidas” y “refundadas”, con unas redes clienterales que polarizaban –y sustituían─ la actividad partidaria, con un liderazgo cuestionado y “señalado” como dudoso en múltiples informaciones, con unas elecciones primarias que nunca se celebraron y con una democracia interna hibernada de facto, el PSOE de Madrid estaba descendiendo a unas intenciones de voto tan escuálidas que amenazaban con convertirlo en cuarta o quinta fuerza.

En este contexto, todo el mundo clamaba en los medios de comunicación, en las tertulias y en los más diversos ambientes por una acción enérgica en Madrid, por unos nuevos y decididos procesos de cambio y sustitución. Curiosamente algunos de los que desde fuera del PSOE reivindicaban con mayor entusiasmo dicho cambio, han alegado ulteriormente no pocas pegas y “errores” (?) cuando la tan reclamada decisión enérgica se ha producido. ¡Ole la coherencia!

Lo cierto es que el actual Secretario General del PSOE y su dirección han tomado una decisión que parecía inexcusable, la única posible para que el PSOE pueda entrar en una nueva etapa de mayor credibilidad y competencia. En beneficio no solo de Madrid, sino de todo el PSOE en su conjunto.

Se trata de una decisión que demuestra que el PSOE vuelve a ir en serio, y que es un partido en el que se ejerce el liderazgo y la coherencia política. Un partido, por lo tanto, en el que nuevamente se puede confiar y que está demostrando que va a hacer todos los esfuerzos posibles para ganar credibilidad entre amplios sectores sociales.

El candidato reclamado en las Asambleas de los afiliados del PSOE de Madrid, en un ejercicio de inequívoca democracia partidaria ─¿por qué algunos se empeñan en cuestionar esta vía legítima y contrastada de participación?─ es una persona de notable credibilidad personal y política. Una persona (Ángel Gabilondo) a la que muchos socialistas venían pidiendo desde hace tiempo que encabezara las candidaturas de Madrid. En este sentido, hay que resaltar que la propuesta de su candidatura no es una ocurrencia ocasional y de última hora, sino algo que se venía cimentando como una hipótesis óptima desde hace bastante tiempo.

Los apoyos recibidos por Ángel Gabilondo demuestran que su perfil personal y político es lo que se necesitaba en las candidaturas socialistas para situar al PSOE en Madrid al nivel de las expectativas que este partido tenía cuando ganaba las elecciones en la Comunidad y en el Ayuntamiento de Madrid.

Por lo tanto, lo que muchos ciudadanos entienden es que el PSOE ahora está apostando seriamente por ofrecer a los madrileños una candidatura que pueda ganar y pueda gobernar con altura de miras y con capacidad integradora y de gestión. ¿Qué razones podrían tener algunos para no apoyar esta alternativa? Desde fuera del PSOE las razones son obvias. Pero, ¿desde dentro?