En un contexto de crisis donde las instituciones cada vez están más cuestionadas por un número mayor de ciudadanos, las principales soluciones que se plantean para regenerar, avanzar, y limpiar la democracia se están centrando en el espacio político e institucional, olvidando que la democracia es un camino de construcción de igualdad. Y la igualdad se construye o destruye fundamentalmente en el espacio económico.

Parece una obviedad, pero hay que recordarlo, los salarios constituyen la principal fuente de ingresos de los individuos y sus familias. Concretamente, según la OIT, en el caso de las economías desarrolladas, como la española, los salarios constituyen entre el 70 y el 80 por ciento del total de ingresos de aquellos hogares que tienen al menos un miembro en edad de trabajar.

Por tanto, se puede decir que si los salarios bajan se agudiza la tendencia de desigualdad en las sociedades. Y si a la bajada de salarios se le suma la pérdida de empleo la desigualdad se desboca y aumenta el sufrimiento. Esto es grave, no solo porque desde un punto de vista ético el incremento de la desigualdad conlleva poner en un segundo lugar o directamente abandonar los objetivos de equidad y justicia social, sino porque se está provocando, al menos, dos crisis sistémicas que pueden hacer saltar por los aires el contrato social. Una, es que el aumento de la desigualdad ralentiza y puede llegar a imposibilitar el crecimiento económico al no generar demanda. Y la otra, es que el aumento de la desigualdad vía salarial y condiciones del empleo desquebraja uno de los pilares que permite la existencia de una sociedad democrática, con trabajo decente.

¿Está ocurriendo esto en España y en Europa? Se puede afirmar que sí, viendo lo que está pasando con los salarios en las economías desarrolladas. Según, la OIT, en su Informe Mundial sobre Salarios:

  • En las economías desarrolladas “el salario real se mostró estático en 2012 y 2013, y creció en un 0,1 por ciento y en un 0,2 por ciento, respectivamente. En algunos casos –como los de España, Grecia, Irlanda, Italia, Japón y Reino Unido–, el nivel del salario medio real en 2013 fue inferior al de 2007”.
  • En las economías desarrolladas donde más aumentó la desigualdad, ello se debió a menudo a la combinación de mayor desigualdad salarial y pérdida de empleos. En España y Estados Unidos, los dos países donde más aumentó la desigualdad si esta se mide comparando hogares en el decil superior con hogares en el decil inferior, las variaciones de la distribución salarial y las pérdidas de empleos determinaron el 90 por ciento del incremento de la desigualdad en España y el 140 por ciento en los Estados Unidos”.
  • “Se observa que Irlanda es el país con mayor aumento de la desigualdad total en la clase media, seguida de España”.
  • “La disparidad salarial entre mujeres y hombres, y entre nacionales y migrantes, sigue siendo importante, y solo en parte se explica por las diferencias de experiencia, educación y demás características en el mercado de trabajo. Una forma concreta de avanzar hacia una mayor justicia social y menores desigualdades es aplicar políticas eficaces contra la discriminación, junto con otras políticas que traten las causas fundamentales de esas disparidades salariales”.

Es decir, la desigualdad que se agudiza en el mercado de trabajo no solo es una cuestión económica o social, sino también política, porque de no corregirse pone en peligro la supervivencia de la democracia. Una democracia que mejorará con las reformas institucionales y la mayor participación de los ciudadanos en los asuntos públicos, pero que si no corrige el incremento constante de la desigualdad no aguantará. La buena noticia para la democracia, para los ciudadanos en general, y especialmente para aquellos que están en situaciones de vulnerabilidad o exclusión social, es que la desigualdad puede resolverse si existe voluntad por parte de los gobiernos.

Sí, algo tan simple, y complicado a la vez, como votar a representantes que se comprometan y después desarrollen políticas que incidan en la distribución salarial. Representantes que se comprometan y después aprueben políticas laborales que considere a los ciudadanos como tales en sus puestos de trabajo, es decir, derechos laborales que tiendan a terminar con la desigualdad en el mercado de trabajo. Representantes que se comprometan y después aprueben políticas fiscales de pre distribución y redistribución de ingresos a través de la tributación y las transferencias.

Alguien puede decir que el voluntarismo está bien, pero es difícil de llevar a la práctica por la globalización, el capitalismo financiero, los mercados y mil y una excusas más. No hay que desistir, porque la verdad es que los gobiernos tienen mucho margen. Dos ejemplos sencillos que pueden ayudar a corregir el rumbo y avanzar en democracia y bienestar, son el salario mínimo y la negociación colectiva, que contribuyen a reducir la desigualdad en general y la salarial en particular.

La democracia necesita de ciudadanos, de políticos y de políticas que tengan como objetivo el pleno empleo para reducir la desigualdad. Es tu turno.